El nuevo primer ministro francés, Sébastien Lecornu, asumió su cargo este miércoles bajo la presión de una moción de censura anunciada por Francia Insumisa, apenas unas horas después de su nombramiento. Su llegada ocurre en medio de manifestaciones masivas que recorren las principales ciudades de Francia, con el lema “Bloquearlo Todo”.
Lecornu reemplaza a François Bayrou, convirtiéndose en el cuarto primer ministro en solo un año, reflejando la inestabilidad política que afecta a la segunda economía más grande de Europa.
Protestas y tensión política en Francia
Miles de manifestantes salieron a las calles para expresar su rechazo a las políticas del presidente Emmanuel Macron. La fragmentación del Parlamento francés complica aún más la gobernabilidad: la extrema izquierda y derecha suman más de 320 escaños, mientras que centristas y conservadores aliados apenas alcanzan 210.
Marine Le Pen, líder de la extrema derecha y presidenta del Agrupación Nacional, criticó duramente el nombramiento de Lecornu, calificándolo como un intento más de Macron de sostener su gobierno sin lograr consenso.
Por su parte, los socialistas y verdes expresaron decepción, cuestionando la capacidad del nuevo primer ministro para negociar acuerdos que estabilicen la política nacional.
Desafíos inmediatos: presupuesto y consenso
Lecornu enfrenta tareas urgentes: redactar un presupuesto nacional y formar un gobierno que pueda sostenerse en una legislatura fragmentada. Macron le indicó consultar primero con todos los partidos para intentar acordar el gasto público antes de elegir a su equipo ministerial.
El nuevo primer ministro reconoció que su labor exigirá creatividad, técnica y seriedad en las negociaciones:
“Necesitaremos rupturas significativas, no solo en la forma, sino también en el fondo”, afirmó tras asumir formalmente el cargo.
La mirada de los analistas
Expertos señalan que la gestión de Lecornu será decisiva para mantener la estabilidad de Macron y evitar nuevas elecciones anticipadas. La presión de la opinión pública y las manifestaciones callejeras intensifican la urgencia de acuerdos bipartidistas.
El desafío es doble: estabilizar la política francesa y enfrentar la percepción de un Ejecutivo incapaz de construir mayorías sólidas en el Parlamento.


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