La obra que rompe el silencio sobre Marcial Maciel
En los escenarios del Teatro Rafael Solana, un nombre resurge del silencio con una fuerza incómoda y necesaria: Marcial Maciel. El fundador de los Legionarios de Cristo, señalado durante décadas por abuso sexual, manipulación y poder dentro de la Iglesia, vuelve a escena a través del monólogo Hágase mi voluntad, una obra escrita por Alicia Garza Martínez y protagonizada por Francisco De Luna, que invita al público a mirar de frente las sombras de la fe.
Lejos de ser una representación biográfica, la pieza es una exploración profunda del alma de un hombre que, en nombre de Dios, construyó un imperio espiritual y económico. Desde su retiro impuesto por el Vaticano hasta su descenso al exilio moral, la obra desentraña los laberintos psicológicos de un líder que, tras el poder y la devoción, escondía un abismo de culpa, manipulación y deseo.
Una historia que invita a mirar sin juicios previos
Alicia Garza Martínez explica que Hágase mi voluntad busca provocar reflexión más que condena. “El espectador no asiste a un juicio, sino a un espejo donde la fe, la culpa y el poder se enfrentan”, comenta la dramaturga.
La puesta en escena no pretende defender a Maciel, sino invitar a la audiencia a cuestionar el papel de la sociedad que lo idolatró, de los empresarios que lo financiaron y de las estructuras eclesiásticas que lo encubrieron. A través del personaje, se revela cómo la obediencia ciega y el fanatismo religioso pueden abrir la puerta al abuso, mientras el silencio se convierte en cómplice.
Francisco De Luna, quien interpreta al controvertido sacerdote, se sumergió en una investigación exhaustiva sobre la vida de Maciel. “No puedo juzgarlo; debo entenderlo. Como actor, mi reto no es condenarlo, sino mostrar las capas de su humanidad distorsionada. Sólo así el público puede comprender el origen de su poder y el alcance de su caída”, comparte el intérprete.
El poder, la fe y la culpa: un espejo social
Más allá de la historia de un solo hombre, la obra revela un retrato incómodo de la sociedad mexicana y su relación con la Iglesia. Marcial Maciel no se hizo solo; fue sostenido por una red de fieles, familias devotas, empresarios y políticos que lo consideraban un santo.
En escena, se revive el brillo de sus logros eclesiásticos, sus vínculos con el Vaticano y el poder económico que construyó a través de la fe. Pero también aparecen sus noches de adicción, sus contradicciones internas y el peso de sus pecados, que lo arrastran a un limbo entre la redención y la condena.
“Maciel representa lo que sucede cuando el poder espiritual se vuelve intocable. Su historia es un espejo para todos los que prefieren callar antes que ver”, subraya Garza Martínez, quien trabajó durante años el texto con la asesoría del dramaturgo Luis Martín y el periodista Jason Berry, uno de los primeros en denunciar los abusos del sacerdote en Estados Unidos.
La valentía de nombrar lo innombrable
La autora recuerda que su impulso para escribir surgió cuando el papa Benedicto XVI decidió imponer a Maciel una vida de oración y penitencia. “Por fin alguien hizo algo en el Vaticano”, dice. Sin embargo, el silencio institucional se rompió verdaderamente hasta 2020, cuando los Legionarios de Cristo reconocieron 175 víctimas de abuso sexual, de las cuales 60 fueron atribuidas directamente a Maciel.
La dramaturga entrevistó a exmiembros de la congregación, entre ellos Paul Lennon y Elena Sada, víctimas directas que compartieron sus experiencias. De esos testimonios nació una obra que no sólo revisita la vida del fundador de los Legionarios, sino que da voz a los sobrevivientes y a las heridas que aún no cicatrizan.
Un acto de memoria y catarsis colectiva
Para Francisco De Luna, el monólogo es un acto de catarsis colectiva. “Quiero que el público viva la contradicción, que sienta rabia, empatía o desconcierto. Si salen del teatro hablando, cuestionando o incluso en silencio, la obra habrá cumplido su función.”
Hágase mi voluntad es, al mismo tiempo, una denuncia y una plegaria. En una hora de tensión escénica, el público presencia la desintegración de un hombre que lo tuvo todo y lo perdió en nombre de Dios. Su historia revela que el abuso no nace de la fe, sino del uso perverso del poder.
Fe, teatro y redención: una obra que deja huella
El Teatro Rafael Solana abre sus puertas para recibir esta propuesta que trasciende el espectáculo. Con funciones en Coyoacán, la obra busca generar un diálogo entre generaciones: quienes vivieron los escándalos en carne propia y los jóvenes que sólo han oído el nombre de Maciel en titulares.
En el escenario, el sacerdote caído se enfrenta a su pasado, mientras el público observa los límites difusos entre el arrepentimiento y la hipocresía. “Todo en nombre de Dios”, dice el personaje en un momento de la obra, como si intentara justificarse ante una audiencia que no otorga absoluciones.


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