El corazón de Pomuch late entre los huesos y las flores
En Pomuch, un pequeño pueblo del estado de Campeche, los muertos nunca se van del todo. Cada año, entre el 26 de octubre y el 2 de noviembre, las familias se reúnen en los panteones para limpiar amorosamente los huesos de sus difuntos. Lo hacen con pinceles, con cuidado y respeto, mientras conversan con ellos como si el tiempo no hubiera pasado. Esta ceremonia, conocida como Choo Ba’ak, es una de las tradiciones más profundas de la cultura maya viva.
Un ritual que une dos mundos: la fe católica y la cosmovisión maya
El Choo Ba’ak, que significa “limpieza de los santos restos”, es mucho más que una costumbre. Es una comunión entre lo sagrado y lo humano, una mezcla de la fe católica con la espiritualidad maya. Durante siglos, las familias de Pomuch han mantenido este ritual como un acto de amor y continuidad, donde los muertos no son un recuerdo triste, sino parte activa de la vida cotidiana.
La Autoridad del Patrimonio Cultural del Estado de Campeche (APCEC) impulsa actividades con niñas y niños para preservar esta tradición y evitar que desaparezca. Sin embargo, los mayores temen que las nuevas generaciones, cada vez más alejadas de las costumbres ancestrales, pierdan el vínculo que une a Pomuch con sus raíces.
Días de fiesta, memoria y comunión
En Pomuch, los días 31 de octubre, 1 y 2 de noviembre se viven con intensidad. Es el tiempo del Paseo de los Muertos, un desfile de carros alegóricos donde se celebra la vida y se honra a los que partieron. Las calles se llenan de música, colores, comida tradicional y risas que conviven con el aroma del pan de Pomuch, el pibipollo y los dulces regionales.
Miles de visitantes acuden cada año para presenciar este homenaje único en México. El aire se impregna del perfume del cempasúchil, y entre rezos y canciones, los habitantes recuerdan que la muerte, para ellos, no es el fin, sino un reencuentro.
La ceremonia íntima del Choo Ba’ak
A partir del 26 de octubre, las familias comienzan el ritual. Abren las criptas y, con una brocha suave, limpian cada hueso de sus seres queridos. Mientras lo hacen, conversan con ellos: les cuentan cómo ha sido el año, cómo va la cosecha o qué ha pasado con la familia.
Después colocan los restos en una pequeña urna de madera, los cubren con un mantel bordado con flores y el nombre del difunto. Este mantel, conocido como la “ropa” del muerto, se cambia con frecuencia como muestra de cariño. En la parte superior se coloca el cráneo, símbolo de sabiduría y memoria.
“No es solo limpieza, es comunicación, es contacto familiar”, explica el antropólogo José Israel Herrera, quien ha estudiado esta tradición durante años. En su libro Embellecedores de huesos, relata cómo esta práctica conecta a las familias con su linaje y fortalece la identidad colectiva.
La amenaza de la modernidad
Aunque el ritual sigue vivo, enfrenta riesgos. El Ayuntamiento de Pomuch intentó imponer cuotas para acceder al cementerio o grabar la ceremonia, una medida que fue rechazada por la comunidad. “El pueblo defendió su tradición. No puede cobrarse por el amor a los muertos”, afirma Herrera.
La maestra Alba Cruz Rodríguez, durante el taller Mi primera limpieza de huesos, recuerda a sus alumnos que deben pasar al menos cinco años antes de poder sacar los restos de un familiar. Además, los niños menores de diez años no pueden entrar al panteón. “Queremos que comprendan que esto es una muestra de respeto, no de miedo”, señala.
Una lección para el futuro
La comunidad de Pomuch entiende que mantener viva esta tradición es también conservar su identidad. Las autoridades locales promueven talleres, exposiciones y actividades con estudiantes para fortalecer el vínculo cultural y espiritual con sus antepasados.
“Los turistas vienen asombrados, pero para nosotros es un acto de amor. Queremos que nuestros hijos y nietos lo sigan haciendo”, dice una habitante mientras acomoda los huesos de su madre, con una ternura que atraviesa generaciones.
El Choo Ba’ak no es solo un rito funerario. Es una conversación con la eternidad, una enseñanza sobre la muerte como parte natural de la vida. En Pomuch, los muertos siguen hablando, y los vivos siguen escuchando.


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