Dormir bien no es un lujo, es una necesidad biológica. El descanso, junto con la alimentación y la actividad física, sostiene el equilibrio del cuerpo y la mente. Sin embargo, cada vez más personas duermen solo cinco horas al día, un hábito que pasa factura de forma silenciosa y progresiva.
Aunque una noche corta puede parecer inofensiva, cuando el poco sueño se vuelve rutina, el organismo entra en un estado de desgaste constante. Expertos advierten que esta “deuda de sueño” se acumula y termina afectando la salud física, mental y emocional.
Dormir cinco horas no es suficiente
La recomendación general es dormir entre siete y nueve horas diarias para que el cuerpo funcione correctamente. Dormir solo cinco horas de forma habitual reduce el rendimiento diario y la sensación de bienestar, según la National Sleep Foundation.
Algunas personas creen que se acostumbran a dormir poco, pero los especialistas aclaran que el cerebro solo se adapta a rendir menos. En realidad, el daño continúa avanzando, aunque no siempre se perciba de inmediato.
La doctora Celia García Malo, de la Sociedad Española de Neurología, explica que menos del 5 % de la población puede considerarse “dormidor corto”, es decir, personas que realmente funcionan bien con cinco o seis horas de sueño. Para el resto, este patrón implica riesgos.
Afectaciones en la memoria y la concentración
Uno de los impactos más evidentes de dormir poco se refleja en el cerebro. La falta de sueño dificulta la concentración, ralentiza el tiempo de reacción y complica la toma de decisiones, especialmente en tareas complejas.
El descanso nocturno es clave para consolidar la memoria y el aprendizaje. Cuando se duerme poco, el cerebro no procesa ni fija correctamente la información del día, lo que se traduce en menor rendimiento laboral o académico y más errores cotidianos.

Más irritabilidad y menor control emocional
El estado de ánimo también se ve alterado. Dormir cinco horas vuelve a las personas más irritables y menos tolerantes al estrés diario. Situaciones pequeñas pueden generar reacciones desproporcionadas.
La privación crónica del sueño se ha relacionado con un mayor riesgo de ansiedad y depresión. Dormir mal no solo afecta cómo te sientes, sino cómo manejas tus emociones y relaciones personales.
Aumenta el riesgo de accidentes
La somnolencia reduce la atención y el tiempo de respuesta, lo que eleva la probabilidad de cometer errores. Esto es especialmente peligroso en actividades que requieren concentración constante.
Conducir con sueño es uno de los mayores riesgos. Las personas que duermen poco pueden experimentar microsueños, breves desconexiones del cerebro que duran segundos, pero que pueden tener consecuencias graves o fatales.

El impacto en la salud física es profundo
Dormir poco de manera persistente se asocia con un mayor riesgo de hipertensión, enfermedades del corazón, accidentes cerebrovasculares y diabetes tipo 2.
Además, el sistema inmunológico se debilita. Esto hace que el organismo sea más vulnerable a infecciones y que la recuperación ante enfermedades sea más lenta.
La calidad de vida se deteriora con el tiempo
El cansancio constante reduce las ganas de realizar actividades placenteras, afecta el desempeño profesional y genera tensiones en la vida personal. Lo que parece una estrategia para “ganar tiempo” termina robando energía y bienestar.
Dormir solo cinco horas diarias no pasa factura de un día para otro, pero sí construye un desgaste que el cuerpo acaba cobrando. El descanso no es tiempo perdido, es una inversión directa en salud, claridad mental y estabilidad emocional.


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