Vivimos en un mundo donde las promesas parecen haber perdido su lugar. La rapidez de la vida contemporánea, la desconfianza en las palabras y el dominio de la precariedad nos han llevado a desvalorizar un acto que, según Marina Garcés, es esencial para construir lazos sociales y proyectar un futuro. En su ensayo “El tiempo de la promesa” (Anagrama, 2023), la filósofa catalana reflexiona sobre la promesa no solo como un acto individual, sino como una práctica colectiva que refuerza el sentido de comunidad y compromiso.
La promesa: un puente hacia el futuro
Marina Garcés describe la promesa como un pequeño acto de emancipación frente a la incertidumbre. En un mundo donde predomina la inmediatez, prometer implica mirar más allá del presente y desafiar el azar de la historia. La promesa, sostiene Garcés, no es una predicción, sino un intento por prefigurar un futuro deseado, un espacio donde la voluntad humana puede trazar un rumbo.
Prometer también es un acto profundamente humano: “Nos dota de un lugar propio en la trama de lo real”, escribe Garcés. Más allá de cumplir estrictamente lo prometido, el valor de la promesa reside en su autenticidad, en el compromiso genuino de intentarlo.
Compromiso: prometer con otros
El concepto de compromiso, según Garcés, está intrínsecamente ligado a la promesa. La raíz etimológica del término revela su significado: “prometer con” o “prometer juntos”. El compromiso no es solo una declaración individual; es una atadura que nos une a los destinos de otros, una manera de construir relaciones basadas en la confianza y la responsabilidad compartida.
En un mundo marcado por el cinismo y la indiferencia, recuperar el sentido del compromiso es un acto revolucionario. Prometer juntos significa creer en la posibilidad de un futuro compartido, incluso en las condiciones más adversas.
Promesas incumplidas: las cicatrices de nuestro tiempo
No es casualidad que las promesas hayan caído en descrédito. Su degradación, señala Garcés, es el resultado de un mundo plagado de abusos, traiciones y falsedades. Las promesas incumplidas han sembrado la desconfianza y el conformismo, llevándonos a un estado de empobrecimiento emocional y social.
Sin embargo, la solución no es abandonar la práctica de la promesa, sino devolverle su significado. Esto implica reconocer que, aunque el cumplimiento absoluto de una promesa no está garantizado, su verdadero valor reside en la intención sincera y en la conexión que genera entre quienes la hacen y quienes la reciben.
El poder transformador de prometer
Garcés redefine la promesa como una flecha disparada hacia el futuro. No se trata de una herramienta para garantizar resultados, sino de un gesto que desafía la incertidumbre y busca habitarla con dignidad. Prometer es un acto de valentía, una afirmación de que el ser humano puede imaginar y construir posibilidades que aún no existen.
“La verdad de la promesa no parte del reconocimiento de la realidad”, escribe Garcés, “sino de la invención de un posible que incluso podía no estar previsto”. Esta capacidad de imaginar futuros deseados es lo que hace de la promesa un acto profundamente transformador.
Conclusión: un llamado a la acción
En tiempos de inmediatez y desconfianza, recuperar el arte de prometer es más necesario que nunca. Marina Garcés nos invita a reflexionar sobre el poder de las promesas como una forma de resistencia y construcción de vínculos. Prometer no empobrece, pero un mundo sin promesas sí: es un mundo a la deriva, carente de sentido y propósito.
El tiempo de la promesa no es una cuestión del pasado; es una práctica que puede guiarnos hacia un futuro más humano, donde el compromiso y la imaginación compartida nos permitan enfrentar la incertidumbre con dignidad.
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