lunes, diciembre 29, 2025

La historia de la madrina Tello: 96 años de vida, amor y fe sin reconocimiento

En un rincón de Villa Jiménez, Michoacán, el nombre de María Esther Andrea de la Salud nunca fue pronunciado oficialmente durante gran parte de su vida. Para todos, era simplemente Tello, una mujer cuya existencia se escribió en los márgenes, sin acta de nacimiento ni registro oficial, pero con un impacto imborrable en su comunidad.

Nació en 1927, en una época en la que México estaba marcado por la persecución religiosa y la construcción del PRI. Su única constancia de identidad fue una fe de bautismo encontrada años después en los archivos parroquiales. Sin embargo, Tello no necesitó documentos para dejar huella; su vida estuvo dedicada a los demás: cuidaba enfermos, amortajaba a los difuntos, tocaba las campanas de la iglesia y tejía amor con cada puntada en sus manteles y bufandas.


Entre rezos y milpas: el día a día de Tello

La madrina Tello no tuvo hijos, pero quiso a los ajenos con una intensidad única. Conocía los rostros y las penas de su pueblo; su casa era refugio, y su presencia, consuelo.

Sus actividades cotidianas:

  • Rezaba y asistía a misa diariamente, fiel a la Orden Terciaria Franciscana.
  • Cultivaba maíz en su pequeño ejido para preparar uchepos, tamales michoacanos que compartía generosamente.
  • Tocaba las campanas de la iglesia y cuidaba a los santos como si fueran su propia familia.

Cuando al fin obtuvo un acta de nacimiento para heredar un ejido tras la muerte de su madre, se convirtió en ejidataria afiliada a la CNC. Sin embargo, siguió siendo la misma mujer sencilla que prefería el campo y la comunidad al ruido de las ciudades.


Una vida invisible para el Estado, pero eterna en el corazón del pueblo

Tello no reclamaba derechos, vivía en un mundo donde solo los deberes importaban. Fue testigo de generaciones enteras, tejiendo amor y paz en cada rincón de su pueblo.

Un contraste con el México moderno:

  • Mientras otras mujeres rompían techos de cristal, Tello rompía cielos con su humildad.
  • Su influencia no se midió en poder político o económico, sino en el cariño de quienes la conocieron.

Cuando falleció, a los 96 años, dejó un legado que no puede cuantificarse. Sus sobrinos y vecinos la recordarán como una mujer que, sin nombre para el Estado, fue un pilar en sus vidas.


Reflexión: Tello y el valor de lo invisible

La historia de Tello es un recordatorio de que el progreso no siempre radica en la grandeza visible, sino en las pequeñas acciones que construyen comunidad. Como dijo Winston Churchill, México avanzará cuando valore más a las personas “útiles” que a las “importantes”.

Tello no será recordada en los libros de historia, pero su vida será contada en las sobremesas de quienes tuvieron el privilegio de conocerla. Descansa en paz, madrina Tello; tu legado trasciende los límites del tiempo y el reconocimiento oficial.

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