Los frutos secos son considerados un alimento indispensable por su riqueza en minerales, antioxidantes y grasas saludables, pero pocos consumidores conocen el peligro oculto que pueden representar si no se manipulan de forma adecuada.
Aunque poseen baja humedad —lo que suele impedir la proliferación activa de bacterias— los microorganismos pueden sobrevivir adheridos a su superficie y reactivarse al entrar en contacto con la humedad de las manos, utensilios o preparaciones. Expertos en inocuidad alimentaria advierten que no lavar los frutos secos incrementa el riesgo de exposición a patógenos como Salmonella o E. coli, responsables de diversas enfermedades gastrointestinales.
Las investigaciones recientes señalan que algunos brotes internacionales se han vinculado al consumo de frutos secos contaminados. En Inglaterra, en 2021, un brote de hepatitis A se relacionó directamente con dátiles secos importados.
Años antes, entre 2018 y 2019, Noruega y Estados Unidos reportaron casos de salmonelosis ocasionados por frutas secas que no fueron sometidas a procesos adecuados. Estos antecedentes han encendido alertas sanitarias, subrayando la importancia de aplicar medidas preventivas, especialmente en productos que, por su apariencia deshidratada, suelen creerse seguros sin lavado previo.
Además del riesgo microbiológico, los frutos secos industriales pueden contener dióxido de azufre, un conservante que evita el oscurecimiento del alimento. Si bien es permitido, puede resultar irritante para personas con asma o alergias. Lavar estos productos correctamente ayuda a reducir la presencia de químicos residuales y contaminantes propios del almacenamiento o transporte, especialmente en productos a granel, donde hay mayor exposición al polvo, manipulación o mezcla accidental con otros alimentos.
Conocer las medidas de limpieza adecuadas es clave para que los frutos secos sigan siendo una opción nutritiva y segura. La recomendación es sencilla: siempre lavarlos antes de comerlos, sin importar su presentación, marca o tipo. El hábito puede parecer innecesario, pero en realidad reduce considerablemente el riesgo de intoxicación alimentaria y asegura que se aprovechen mejor sus nutrientes sin exponer al organismo a contaminantes invisibles.
Por qué los frutos secos pueden representar un riesgo
El consumo de frutos secos ha aumentado en los últimos años debido a su conveniencia y beneficios. Sin embargo, esa popularidad obliga a revisar su proceso de origen. Los frutos secos pueden contaminarse en cualquier etapa: cosecha, secado, almacenamiento o distribución. Cuando estos alimentos entran en contacto con superficies sucias, humedad residual o manipulación indebida, los patógenos quedan adheridos y pueden sobrevivir durante meses.
La estructura seca de nueces, almendras, avellanas, cacahuates, pistaches y dátiles no garantiza la eliminación de microorganismos. El secado inhibe la proliferación activa, pero no destruye bacterias, virus o esporas. Esto significa que, aunque los frutos secos parezcan limpios, pueden tener microorganismos adheridos que causarán infección al ser ingeridos. En ambientes cálidos, el riesgo aumenta si la cadena de frío de ciertos productos (como higos rellenos o dátiles con humedad) no se respeta adecuadamente.
Otro punto clave es el almacenamiento prolongado. Los frutos secos pueden permanecer meses en bodegas o estanterías donde existe exposición al aire, polvo, plagas y manipulación múltiple. Cada contacto incrementa la posibilidad de arrastre de gérmenes. Quienes consumen productos a granel —comunes en mercados y tiendas naturistas— están aún más expuestos, pues estos se almacenan sin empaques sellados y a la vista de diversos contaminantes.
También se debe considerar que en frutos secos industrializados existen tratamientos químicos que mantienen su color y textura. El dióxido de azufre es el más utilizado, y aunque está regulado, puede tolerarse mal en ciertos organismos, especialmente en personas con problemas respiratorios. Lavar los frutos secos permite disminuir la carga de este conservante y mejorar su digestibilidad.
Cómo lavar los frutos secos de forma segura
El procedimiento adecuado para lavar frutos secos depende de su tipo y origen. Los expertos recomiendan seguir pasos distintos según su procedencia, ya sea a granel, caseros o industriales. Sin embargo, todos coinciden en que el lavado mejora sustancialmente la inocuidad del alimento.
Para frutos secos comprados a granel o cosechados en casa, lo ideal es colocarlos en un colador fino y enjuagarlos con abundante agua corriente. Este lavado elimina polvo, tierra y residuos visibles o microscópicos acumulados por el contacto constante con el ambiente. El agua corriente arrastra partículas y reduce la presencia de microorganismos sin alterar la calidad del alimento. Posteriormente, se recomienda dejarlos escurrir y secarlos con una toalla limpia o dejarlos al aire libre hasta que recuperen su textura.
En frutos secos industrializados, especialmente aquellos que contienen dióxido de azufre, el proceso implica un paso adicional. Primero deben sumergirse en agua tibia, entre 40 y 50 grados Celsius, durante 20 a 30 minutos. Este procedimiento ayuda a desprender los conservantes y a rehidratar ligeramente la superficie, lo que facilita el arrastre de posibles residuos químicos o bacteriales al enjuagarlos nuevamente. Después del remojo, deben enjuagarse con agua potable y dejarse escurrir completamente.
Adoptar esta rutina no solo reduce riesgos sanitarios, sino que también mejora la experiencia de consumo. Muchos frutos secos, tras ser lavados y secados, presentan una textura más agradable y un sabor más natural. Además, el lavado puede eliminar exceso de sal, aceites o azúcares añadidos, permitiendo un consumo más saludable. Para quienes incluyen frutos secos en recetas, granolas o postres, esta práctica garantiza que el alimento sea seguro para todos los integrantes del hogar, especialmente niños, adultos mayores o personas con alergias.
Los frutos secos pueden ser un aliado indispensable para la salud, pero solo si se consumen con la higiene adecuada. Implementar este sencillo hábito evita riesgos silenciosos y permite disfrutar plenamente de su valor nutricional.


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