Lluvias torrenciales han sumido a la Ciudad de México en el caos, provocando inundaciones generalizadas, el colapso de vialidades clave y la suspensión de servicios de transporte público. Las autoridades activaron las alertas Naranja y Amarilla mientras millones de capitalinos enfrentan las consecuencias de una crisis que expone, una vez más, las profundas fallas en la infraestructura urbana.
El escenario se repite, pero no por ello es menos grave. Avenidas principales como Calzada de Tlalpan y Periférico se convirtieron en ríos, con reportes de vehículos varados y accidentes. El transporte público, la columna vertebral de la movilidad para millones, sufrió un duro golpe. La Línea A del Metro tuvo que suspender su servicio en varias estaciones, desatando escenas de desesperación entre miles de usuarios que intentaban abordar las insuficientes unidades de RTP.
Incidentes específicos pintan el cuadro de la emergencia: una tubería rota en la colonia América dejó a ocho familias en la incertidumbre sobre sus viviendas, mientras que en Chalco, los vecinos temen nuevos daños ante un colector pluvial que sigue inconcluso.
Una crisis anunciada: Basura, obras inconclusas y desigualdad
Las autoridades son claras al señalar que este no es solo un fenómeno meteorológico. La crisis se agrava por factores humanos: los tiraderos clandestinos de basura que obstruyen el sistema de drenaje y las obras de infraestructura que no se terminan a tiempo son una causa directa de las inundaciones. Cada calle anegada es un síntoma de una gestión urbana deficiente y una falta de inversión crónica.
«Tiraderos clandestinos en CDMX provocan inundaciones y multas de hasta 4 mil pesos», advirtieron las autoridades, vinculando directamente la falta de civismo con el colapso de la ciudad.
Esta crisis, además, expone la profunda desigualdad social de la metrópoli. Mientras algunos pueden optar por el trabajo remoto o un vehículo particular, la mayoría de la población trabajadora queda a merced de un sistema de transporte público colapsado, perdiendo horas de trabajo y arriesgando su seguridad. Las zonas con infraestructura más precaria, a menudo las de menores ingresos, son las que sufren las peores consecuencias.
Para millones de «chilangos», la temporada de lluvias se ha convertido en sinónimo de angustia y frustración, una batalla anual contra el agua que no es una fatalidad de la naturaleza, sino el resultado predecible de un fracaso en la planeación y el gobierno.


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