En una pequeña escuela primaria de una comunidad rural en Chiapas, el profesor Ramiro Aguilar notó algo que le rompía el corazón: algunos de sus alumnos llegaban a clases sin haber desayunado y sin almuerzo para el recreo. En lugar de lamentarse, decidió actuar. Así nació el «Banco de Alimentos de la Escuelita», una iniciativa que está cambiando vidas.
De la Preocupación a la Acción
El profesor Ramiro comenzó de forma modesta. Con su propio dinero, compraba fruta, yogures y barras de cereal y los guardaba en un armario en su salón. Anunció a sus alumnos que cualquiera que tuviera hambre, podía tomar algo del «armario mágico», sin preguntas ni juicios. «La educación no puede entrar con el estómago vacío», afirma el maestro.
Pronto, los propios niños que sí llevaban almuerzo de más empezaron a donar parte de su comida al armario para compartirla con sus compañeros. El gesto de empatía de los pequeños fue la primera ficha de dominó en caer. Viendo el éxito, el profesor Ramiro decidió llevar la idea al siguiente nivel.
Una Comunidad Unida por sus Niños
Convocó a una junta de padres de familia. No para señalar o culpar, sino para proponer una solución colectiva. Expuso su idea de crear un pequeño banco de alimentos permanente para toda la escuela. La respuesta fue abrumadora. Padres que tenían pequeñas granjas comenzaron a donar huevos y verduras. Una madre que trabaja en una panadería trae pan dulce cada dos días. Otros cooperan con lo que pueden: arroz, frijoles, aceite.
Hoy, el «Banco de Alimentos de la Escuelita» ya no es un armario, sino una pequeña despensa bien surtida en un rincón de la dirección. Asegura que ningún niño pase hambre durante la jornada escolar. La iniciativa del profesor Aguilar demuestra cómo un acto de compasión individual puede florecer en un robusto sistema de apoyo comunitario, garantizando que la única preocupación de los niños sea aprender y jugar.


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