viernes, diciembre 26, 2025

El arte de beber: entre vicios, respeto y creatividad literaria

Hace algunos años, intenté dejar de beber. Me dije: “Ni una gota más de licor.” Creí que esta decisión transformaría mi vida, como si al abandonar el alcohol emergería una versión noble, virtuosa e irreprochable de mí mismo. Sin embargo, no tardé en darme cuenta de algo elemental: no podemos traicionar nuestra esencia.

Dejar de beber durante dos semanas me convirtió en alguien distinto, pero no mejor: me volví amargo, arrogante y mojigato. La experiencia me llevó a una conclusión clara: el licor, como muchas otras cosas en la vida, es un placer que merece administrarse con inteligencia y sin culpa.

El peso de las culpas ajenas: entre amigos y responsabilidades

Una de las complicaciones más curiosas de mi relación con el alcohol es cómo, con el tiempo, mis amigos comenzaron a usarme como excusa para justificar sus propias escapadas y errores.

“Estuve con Guillermo, ya sabes cómo es,” decían ellos ante sus parejas cuando eran confrontados por borracheras o infidelidades. Sin embargo, yo, muchas de esas noches, estaba tranquilamente leyendo a Antonin Artaud en casa.

Llevar las culpas de otros me llevó a un punto de quiebre: “¿Por qué cargar con responsabilidades que no son mías?” Decidí enfrentarme a este patrón y exigir respeto. Porque, si bien valoro la amistad, cada quien debe asumir las consecuencias de sus decisiones.

El alcohol como símbolo de libertad creativa

Para algunos, el alcohol puede ser un vicio destructivo, pero para otros, es una puerta hacia la creatividad, el deseo y la vida misma. En mi caso, beber nunca me ha alejado de mis responsabilidades como escritor. He publicado casi 30 libros, y el licor no ha sido un obstáculo, sino un acompañante.

Es más, escritores como Dostoievski y Jerzy Pilch han hablado del lugar del alcohol en sus vidas, no como algo que los define, sino como una parte de su complejidad humana. Como ellos, yo también respeto los caminos de quienes deciden alejarse del vino, pero pido lo mismo a cambio: respeto por quienes elegimos abrazarlo.

La ética del respeto mutuo: vivir y dejar vivir

En última instancia, el debate sobre los vicios y la templanza es profundamente personal. Cada uno decide cómo vive, cómo administra sus placeres y cómo encuentra su equilibrio. Como decía el entrenador Bora Milutinovic: “Yo respeto.”

Si alguien encuentra en la sobriedad su camino, me parece admirable. Pero para quienes decidimos quedarnos con una copa en la mano y escribir hasta el amanecer, nuestra elección también merece dignidad.

Conclusión: El vino y la vida como expresiones de libertad

El vino es mucho más que una bebida; es un símbolo de las cosas que le dan sustancia a la existencia: el arte, la amistad, el deseo y la libertad. Más allá de los juicios de quienes predican la sobriedad como única virtud, es importante recordar que cada uno vive su vida con sus propias reglas.

En palabras de Pilch: “Yo gasté más en mis deseos que en mis bienes. ¿Y qué? ¿Quién puede juzgarme salvo yo mismo?” Al final, la verdadera virtud no está en abandonar los vicios, sino en administrarlos con sabiduría.

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