Cuando ayer se elevó la primera fumata negra desde la chimenea de la Capilla Sixtina, el mundo entendió que la Iglesia Católica aún no tiene nuevo líder. Y esta mañana, la escena se repitió. No hubo “Habemus Papam”. A cambio, una pregunta se instaló en la mente de millones: ¿qué sucede si el cónclave se prolonga?
La respuesta no es nueva, ni improvisada. Está escrita en uno de los documentos más importantes de la Iglesia moderna: la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, promulgada por Juan Pablo II en 1996 y actualizada por Francisco en 2023 para cerrar cualquier resquicio de ambigüedad.
Una regla para la espera: pausas, votos y oración
Según esta constitución, si tras tres días completos de votaciones los cardenales no logran consensuar un nombre, deberán detener el proceso por un día entero. No hay votaciones, ni humo, ni presión. Solo rezo y reflexión. La Iglesia lo define como un espacio para que hable el Espíritu Santo, en medio del silencio.
Este mecanismo busca evitar decisiones precipitadas, recordando que el Espíritu no actúa bajo presión mediática ni por reloj. Así, el próximo domingo se vivirá una jornada de pausa, si este viernes y sábado no emergen señales blancas del techo vaticano.
Una Iglesia más compleja, un consenso más difícil
La composición del cónclave actual explica parte de la demora: 133 cardenales electores de 71 países. La mayoría proviene de Europa (52), seguida por América (37), Asia (23), África (17) y Oceanía (4). Esta diversidad implica no solo distintas regiones, sino diferentes visiones eclesiales.
Desde 2013, además, ya no existe la opción de elegir por mayoría simple tras múltiples rondas. Francisco eliminó esa posibilidad mediante un motu proprio. El requisito es inquebrantable: dos tercios de los votos. Sin atajos.
Cuando los cónclaves se extendían por años
Aunque los últimos papas fueron elegidos con rapidez —Benedicto XVI en menos de 24 horas y Francisco en cinco rondas—, la historia muestra otra cara. El cónclave más largo tuvo lugar en 1268, en Viterbo: duró casi tres años. El pueblo, desesperado, encerró a los cardenales y derribó el techo del edificio para presionarlos.
Casos como ese inspiraron reglas más estrictas: en 1799, el proceso duró tres meses. En 1830, casi cincuenta días. En 1922, catorce jornadas. Hoy, aunque más eficiente, el cónclave sigue sin un plazo máximo de duración.
El mensaje detrás del humo negro
¿Significa la demora una fractura en la Iglesia? Para algunos, sí. Para otros, es una muestra de madurez y pluralidad. Lo cierto es que el cónclave no es solo una elección, sino un ejercicio espiritual de comunión, en busca de un nombre capaz de representar a más de 1,300 millones de católicos.
Y si este fin de semana aún no hay papa, comenzará un nuevo ciclo de siete votaciones, seguido por otra pausa. Así una y otra vez, hasta que emerja una figura con la fuerza simbólica, espiritual y diplomática necesaria para heredar el trono de Pedro.
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