A los 88 años, el Papa Francisco ha partido dejando una huella indeleble en la historia de la Iglesia y del mundo. Sorprendió hasta el último momento por su capacidad de romper moldes sin desfondar la estructura, de innovar sin renunciar a lo esencial. Su estilo generó tanto entusiasmo como resistencias, dentro y fuera del Vaticano. Pero hay algo que nadie discute: fue un Papa de “primeras veces”.
Desde aquel 13 de marzo de 2013, cuando la fumata blanca anunció la elección del cardenal argentino, comenzó también una era de rupturas simbólicas y concretas dentro del Vaticano. Con gestos sencillos como rechazar vivir en el Palacio Apostólico o usar zapatos negros en lugar de los tradicionales rojos, el Papa Francisco marcó una distancia clara con sus predecesores, sin olvidar la institución que representa.
Fue el primer pontífice en muchos aspectos: el primer jesuita en ocupar la Sede de Pedro, el primero proveniente de América Latina, el primero en asumir el nombre de Francisco y el primero en ser elegido mientras su antecesor, Benedicto XVI, aún vivía.
También fue el primero en renunciar a la residencia oficial del Palacio Apostólico, prefiriendo el modesto hotel Santa Marta dentro del Vaticano. Una decisión simbólica que habló del tono pastoral de su liderazgo: menos corte, más comunidad.
Nuevas geografías, nuevas relaciones
El Papa Francisco llevó el mensaje de la Iglesia a territorios que hasta su pontificado permanecían inéditos para un Papa. Consciente de que la universalidad del Evangelio requiere salir al encuentro del otro, incluso en contextos marcados por el conflicto o las diferencias religiosas.
En este contexto, logró pisar tierra firme en lugares donde ningún Pontífice se había atrevido antes: Irak, Córcega, los Emiratos Árabes Unidos, Sudán del Sur y Mongolia, entre otros.
En su visita a Irak en 2021, en medio de una nación devastada por la guerra y el extremismo, el Papa caminó por Mosul y celebró misa en Qaraqosh, en el corazón del cristianismo iraquí. También se reunió con el gran ayatolá Alí al-Sistani, máxima autoridad chiita del país, en un encuentro de fuerte contenido simbólico para el diálogo interreligioso.
Desde los Emiratos Árabes Unidos, en 2019, Francisco firmó un gesto histórico: la Declaración sobre la Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común, junto al Gran Imán de Al-Azhar, Ahmed el-Tayeb, una de las voces más influyentes del islam sunita.
El documento, firmado en Abu Dabi, sentó las bases para una nueva etapa de apertura entre religiones que tradicionalmente han estado en tensión. Fue también la primera vez que un líder católico y un líder musulmán firmaban un texto conjunto de esa naturaleza.
Así, su geografía papal no es solo una cartografía de países visitados, sino una reconfiguración del mapa simbólico de la Iglesia en el siglo XXI: más cercano al dolor, al diálogo y a la diversidad que a las antiguas lógicas de poder y centralismo.
Una Iglesia más abierta
En el terreno interno, el Papa Francisco emprendió reformas inéditas: creó por primera vez un Consejo de Cardenales para gobernar junto a él; asignó funciones de responsabilidad en la Curia Romana a mujeres y laicos; y abrió los procesos sinodales al Pueblo de Dios, permitiendo una participación sin precedentes de fieles comunes en la vida de la Iglesia.
«El Sínodo no es un parlamento, pero tampoco es un claustro. Es más sinodal y menos clerical”, señaló el Papa
También fue el primero en abolir el secreto pontificio en casos de abusos sexuales, y en modificar el Catecismo para eliminar toda aceptación de la pena de muerte, considerándola inadmisible en cualquier circunstancia.
Ahora que su tiempo en la Tierra ha concluido, su legado permanece como una brújula para quienes buscan una Iglesia más cercana, más humilde y más humana. Su vida, su voz y sus gestos seguirán resonando mucho después del último amén.
TE PODRÍA INTERESAR