Representantes de alto nivel de Estados Unidos y China se encuentran en Estocolmo para una ronda crítica de negociaciones comerciales. Sobre la mesa hay mucho más que aranceles: se juega el dominio estratégico, tecnológico e industrial del siglo XXI.
En los salones diplomáticos de Estocolmo, lejos del escrutinio público, se libra una de las batallas geopolíticas más importantes de nuestra era. La tercera ronda de negociaciones comerciales entre Estados Unidos y China no es un simple diálogo económico; es un pulso estratégico que definirá la estabilidad global, las cadenas de suministro y el liderazgo tecnológico para las próximas décadas. Delegaciones encabezadas por el viceprimer ministro chino, He Lifeng, y el secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, buscan un acuerdo que podría evitar el regreso a una guerra comercial total.
El Campo de Batalla: ¿Qué Piden Realmente Washington y Pekín?
Las posturas oficiales revelan la profundidad del desacuerdo. Por un lado, Washington presiona a China en múltiples frentes. La delegación estadounidense ha puesto sobre la mesa la sobrecapacidad industrial de China en sectores como los vehículos eléctricos y el acero, sus compras de petróleo a Rusia e Irán, y exige un mayor acceso a su vasto mercado interno. En palabras de Scott Bessent, el objetivo es que China «se abra» y transite hacia una «gran economía de consumo».
Por otro lado, Pekín insiste en que las conversaciones deben basarse en los principios de «igualdad y respeto mutuo». Su principal demanda es el levantamiento de las restricciones tecnológicas impuestas por EE.UU., especialmente en el sector de los semiconductores, que considera un intento de frenar su desarrollo. China enmarca estas negociaciones como una continuación del consenso alcanzado entre los presidentes Xi Jinping y Donald Trump, buscando construir sobre acuerdos previos.
Más Allá de los Aranceles: La Guerra por la Supremacía Tecnológica
Las negociaciones en Estocolmo, por tanto, trascienden las meras disputas comerciales para revelarse como una batalla por la supremacía tecnológica y económica del siglo XXI. Ya no se trata de equilibrar balanzas comerciales, sino de definir quién controlará las industrias del futuro. Estados Unidos utiliza su poderío económico, a través de aranceles y sanciones, como una herramienta para ralentizar el ascenso tecnológico de China. Pekín, a su vez, utiliza el poder de su inmenso mercado como un arma para exigir acceso a las mismas tecnologías que necesita para volverse autosuficiente y, eventualmente, dominante.
Este enfrentamiento está sentando las bases de lo que podrían ser dos ecosistemas tecnológicos competidores y separados. Las restricciones a la exportación de chips por parte de EE.UU. y el control chino sobre las tierras raras son solo los primeros movimientos en esta partida de ajedrez global.
«Queremos que se abran. Tienen 1.400 millones de personas con una tasa de ahorro muy alta. Tienen el potencial de una gran economía de consumidores.» – Scott Bessent, Secretario del Tesoro de EE.UU.
El Factor TikTok: Un Arma de Presión Inesperada
Un tema paralelo, pero de enorme peso estratégico, es el futuro de la popular aplicación TikTok. Estados Unidos ha propuesto que la empresa matriz china apruebe la creación de una nueva entidad, separada y bajo supervisión estadounidense, para permitir que la plataforma siga operando en el país. De lo contrario, se enfrenta a una prohibición total en septiembre.
Esta cuestión es un microcosmos del conflicto mayor. Washington lo enmarca como un asunto de seguridad nacional para proteger los datos de sus ciudadanos, pero en el fondo, es una lucha por el control de las plataformas digitales, consideradas el nuevo «petróleo» de la economía global. Para la administración Trump, además, una prohibición de TikTok podría tener un costo político significativo entre los votantes más jóvenes.
El Reloj en Contra: La Amenaza del 12 de Agosto
La urgencia de estas conversaciones viene marcada por una fecha límite: el 12 de agosto, día en que expira la tregua arancelaria acordada previamente. Si no se logra un acuerdo o una prórroga, ambas potencias podrían volver a imponerse aranceles masivos, que en el pasado alcanzaron hasta el 145%, con el potencial de fracturar las cadenas de suministro globales y desencadenar una nueva crisis económica.
Las conversaciones de Estocolmo son, en definitiva, una encrucijada crítica. Un fracaso podría reavivar una guerra comercial con consecuencias devastadoras para la economía mundial. Un acuerdo, aunque sea mínimo, podría ofrecer una frágil estabilidad, pero la competencia geopolítica subyacente por el poder económico y tecnológico continuará, redefiniendo el orden mundial en los años venideros.


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