En los campos de Tlacotepec de Benito Juárez, el zumbido que solía anunciar la vida desapareció. Los apicultores se despertaron una mañana con un paisaje inquietante: colmenas vacías, miles de abejas muertas y una producción perdida. No fue una sequía, ni una plaga natural. Un pesticida no autorizado en México, el Florasulam, se había infiltrado en sus tierras, dejando un rastro de muerte y contaminación.
El estudio realizado por el Consejo de Ciencia y Tecnología de Puebla (Concytep) y la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la BUAP reveló lo impensable: un químico prohibido en el país, posiblemente traído del extranjero, había envenenado las colmenas.
El químico que no debía estar ahí
El Florasulam, un herbicida con registro de venta en países europeos como España, no forma parte del padrón de las 35 sustancias prohibidas en México, pero tampoco está autorizado para uso agrícola nacional. Su presencia en los cultivos poblanos abre una pregunta urgente: ¿cómo llegó hasta ahí?
Investigadores sospechan que el producto pudo ingresar por contrabando o mercado negro, utilizado en invernaderos de origen extranjero en la región. Lo cierto es que su toxicidad afectó directamente a las abejas, contaminando la miel y el ecosistema.
El estudio “El problema de la desaparición de las abejas: causa y efecto en Tlacotepec de Benito Juárez” documenta que la sustancia causa envenenamiento masivo y alteración de las colmenas, afectando no sólo a la apicultura, sino también a la polinización de cultivos locales.
La voz de los apicultores
José Luis Leyva Machuca, coordinador del Movimiento de Autogestión Social Campesino Indígena Popular, alertó que miles de abejas murieron en la cuenca que integran Tecamachalco, Tlacotepec y Tepanco de López, lo que amenaza la supervivencia de cientos de productores.
A pesar de que los campesinos entregaron los resultados del análisis a las autoridades, las denuncias han sido ignoradas. Ni la Cofepris ni el gobierno estatal han emitido medidas restrictivas o preventivas.
“Sabemos por el estudio que el Florasulam mata a las abejas, pero el gobierno no ha hecho nada. Seguimos viendo cómo se usa en los invernaderos”, lamentó Leyva.
Un hallazgo que exige acción inmediata
El informe científico recomienda restringir el uso de ciertos agroquímicos y promover prácticas agrícolas sostenibles para evitar más daños. Las abejas, responsables de la polinización del 70% de los alimentos del planeta, son indispensables para la seguridad alimentaria y el equilibrio ambiental.
Su desaparición no es solo un problema local: es un síntoma global de cómo la agricultura intensiva y los pesticidas ilegales amenazan la biodiversidad. En palabras de los investigadores, si no se actúa ahora, el silencio de las abejas podría convertirse en el eco de una catástrofe ambiental.
“El campo sin zumbido”
Rosa, una apicultora de 60 años, camina entre sus colmenas vacías en Tlacotepec. Cada mañana solía escuchar el zumbido de miles de abejas que llenaban el aire. Hoy, sólo hay silencio.
“Mis abejas eran mi vida —dice con la voz quebrada—. Ellas me daban miel, pero también esperanza”.
Su historia se repite en toda la región. Los frascos de miel que antes brillaban en los mercados ahora escasean. El daño ya está hecho, pero Rosa aún confía en que alguien escuche antes de que sea demasiado tarde.
Hacia una agricultura sin veneno
El caso del Florasulam expone una verdad incómoda: México necesita fortalecer la vigilancia de agroquímicos y prohibir productos que amenazan la vida silvestre.
El futuro del campo depende de un equilibrio entre productividad y sostenibilidad. Si las abejas desaparecen, desaparece también nuestra capacidad de alimentarnos.


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