De la amapola a los laboratorios de fentanilo: una historia repetida
En un pasaje del libro Pasado Pendiente, Héctor Aguilar Camín describe cómo, durante la Segunda Guerra Mundial, la sierra sinaloense fue sembrada de plantíos de amapola y laboratorios rudimentarios con la ayuda del gobierno estadounidense. En aquel entonces, el propósito era producir morfina para abastecer a las tropas aliadas. Décadas después, aquella región y su dinámica corrupta se han transformado en el epicentro del tráfico de drogas sintéticas, como el fentanilo.
Ayer, amapola; hoy, fentanilo
Según el relato de Aguilar Camín, tras la guerra, la producción de opio en Sinaloa dejó de ser un esfuerzo coordinado entre gobiernos para transformarse en un lucrativo negocio privado. Los narcotraficantes locales continuaron explotando la infraestructura y los conocimientos heredados, adaptándose a los nuevos mercados internacionales.
Este patrón de adaptación se repite hoy con el fentanilo, una droga sintética que, según datos de la DEA, es 50 veces más potente que la heroína. Lo que en los años 40 eran laboratorios rudimentarios para extraer goma de opio, hoy son habitaciones improvisadas con ventiladores, espátulas y tuppers de plástico, como lo exhibió el reciente reportaje del diario Le Monde.
Los laboratorios de fentanilo: improvisación y letalidad
El reportaje de Bertrand Monnet documenta cómo estos laboratorios clandestinos en Culiacán producen fentanilo con recursos básicos y una logística sorprendentemente sencilla. Las imágenes muestran habitaciones modestas con ventiladores domésticos y altares de San Judas Tadeo, elementos que ilustran la normalización de estas actividades en comunidades rurales.
Pese a la precariedad del proceso, los resultados son devastadores: el fentanilo es responsable de miles de muertes en Estados Unidos cada año. Sin embargo, culpar exclusivamente a México ignora factores como la demanda insaciable de drogas en el vecino del norte y su propio sistema de distribución y lavado de dinero.
La respuesta de Sheinbaum: entre la negación y la realidad
La presidenta Claudia Sheinbaum ha intentado desmentir la narrativa presentada por medios como The New York Times, que señaló a México como un gran productor de fentanilo. En su reciente conferencia mañanera, Sheinbaum sostuvo que su administración está comprometida en combatir este problema y atribuyó el enfoque del medio estadounidense a tensiones políticas con Donald Trump, quien ha prometido endurecer su postura hacia México.
No obstante, lo que los reportajes internacionales evidencian es algo más profundo: la incapacidad del Estado mexicano para enfrentar la corrupción que permite la existencia de estos laboratorios clandestinos.
Corrupción institucional: el verdadero facilitador
La narrativa de Aguilar Camín sobre la amapola y el reportaje de Le Monde sobre el fentanilo coinciden en un punto crucial: el narcotráfico prospera porque las instituciones mexicanas son vulnerables a la corrupción. Policías, políticos y funcionarios han sido comprados durante décadas, permitiendo que estas actividades ilícitas florezcan.
Aunque el gobierno actual ha desplegado operativos militares y destruido laboratorios, el problema persiste debido a la colusión estructural entre el crimen organizado y las autoridades locales.
México y Estados Unidos: ¿hipocresía compartida?
La hipocresía de Estados Unidos en esta crisis es evidente. Mientras Washington exige resultados contundentes en la lucha contra el narcotráfico, su sistema financiero es el principal receptor de las ganancias del crimen organizado. Además, su industria farmacéutica contribuyó a la crisis de los opioides, creando la demanda que ahora satisface el fentanilo mexicano.
México, por su parte, tiene pendiente un reto mayúsculo: reconstruir instituciones debilitadas por años de corrupción y garantizar que las comunidades afectadas tengan alternativas económicas legítimas al narcotráfico.
Conclusión: un problema que nos toca a todos
La historia del narcotráfico en México es un reflejo de la complicidad histórica entre intereses externos y locales. Desde los días de la amapola en la Segunda Guerra Mundial hasta el auge del fentanilo en la actualidad, la corrupción y la desigualdad son los elementos que sostienen esta crisis.
Reducir el problema a un simple intercambio de culpas entre México y Estados Unidos no resolverá nada. Como señala Le Monde, mientras las instituciones sigan siendo compradas, los laboratorios clandestinos no desaparecerán. La solución pasa por una estrategia integral que combata la corrupción, ofrezca desarrollo económico y enfrente la realidad sin medias tintas.
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