Guillermo Monroy enfrenta la cercanía de sus 102 años con la serenidad de quien ha convertido la vida en materia artística. Desde su casa en Cuernavaca, ciudad que habita desde hace más de seis décadas, el pintor y muralista observa el presente con lucidez, memoria activa y una energía creativa que desmiente cualquier idea de retiro. Su proyecto más ambicioso es la publicación de unas memorias que buscan narrar, sin idealizaciones, el proceso íntimo y social de formación de un artista que atravesó casi todo el siglo XX y sigue pensando el XXI.
En ese libro, previsto para 2026, el autor propone un recorrido honesto por su vida, entendida como una suma de oficios, aprendizajes y luchas. La historia personal se cruza con la historia cultural de México, con la educación pública, el muralismo, la militancia política y la búsqueda constante de belleza incluso en medio de la tragedia. Para Guillermo Monroy, narrarse es también explicar cómo el arte nace del trabajo cotidiano y de la observación atenta del mundo.
Un artista más allá de Los Fridos
Aunque suele recordársele como integrante del grupo conocido como Los Fridos, el propio Guillermo Monroy insiste en que esa etapa fue apenas un momento de su trayectoria. Haber sido discípulo de Frida Kahlo marcó su formación, pero no definió el conjunto de una obra que se extendió durante más de siete décadas posteriores. Su pintura y su muralismo evolucionaron hacia una propuesta personal que él mismo define como revolucionaria y amorosa.
Participar recientemente en una exposición colectiva de aquel grupo reactivó el interés por esa etapa temprana, pero también subrayó la necesidad de mirar el camino completo. En la obra madura de Guillermo Monroy conviven la figuración, la abstracción, la música, el color y una reflexión permanente sobre la condición humana, siempre desde una perspectiva crítica y sensible.
La memoria mural y el abandono institucional
Uno de los temas que más inquietan al artista es el estado de los murales realizados colectivamente en el Mirador de la presa Miguel Alemán, en Temascal, Oaxaca. Ese proyecto, desarrollado en 1953 por el Taller de Integración Plástica, fue pionero en el uso de acrilato y representó un esfuerzo colectivo fundamental del muralismo mexicano de posguerra. Guillermo Monroy ha señalado que, pese a una restauración previa, las obras vuelven a encontrarse en abandono.
La preocupación no es sólo material, sino histórica. El deterioro implica una pérdida de memoria cultural y de reconocimiento al trabajo colectivo. Para Guillermo Monroy, cuidar esos murales es cuidar una forma de entender el arte como servicio público y como diálogo directo con la comunidad.
El Centro SCOP como símbolo pendiente
Otro punto central en su reflexión es el destino del antiguo Centro SCOP, declarado monumento artístico en 2023. Allí se encuentra su mural Desarrollo de las comunicaciones en un mundo de paz, realizado también en 1953 con mosaicos de piedra natural. El edificio, dañado por los sismos de 1985 y 2017, concentra una parte esencial del patrimonio mural contemporáneo.
Guillermo Monroy ha expresado su deseo de que ese espacio se transforme en un gran centro cultural y ha pedido ser tomado en cuenta en las decisiones actuales. Su reclamo no es individual, sino ético: haber sido parte activa de la creación del lugar implica también un derecho a participar en su futuro simbólico.
Orígenes obreros y formación artística
La historia de Guillermo Monroy no se entiende sin su infancia obrera. Antes de ingresar a La Esmeralda, trabajó desde niño como vendedor y ayudante en una fábrica de muebles, donde aprendió a tallar madera. Esa experiencia marcó su visión del arte como trabajo y no como privilegio.
Al egresar de La Esmeralda en 1945, recibió un título que lo definía como trabajador de las artes plásticas, denominación que asumió con orgullo. Haber tenido como maestra a Frida Kahlo y como compañeros a figuras clave del arte mexicano reforzó una formación donde la técnica, la conciencia social y la libertad creativa iban de la mano.
Arte, política y sensibilidad
La militancia política fue otra dimensión decisiva. En su juventud, Guillermo Monroy conoció a José Chávez Morado, quien lo acercó a la lucha social organizada. Sin embargo, su concepción del arte comprometido se alejó siempre del dogma. Para él, la pintura revolucionaria no se limita a símbolos evidentes, sino que incluye la representación de la belleza, la ternura, las fiestas y los paisajes.
Esa mirada integradora le permitió construir una obra donde conviven el dolor histórico y el gozo vital. Guillermo Monroy entiende la creación como una forma de resistencia emocional y como un canto persistente a la vida.
De la figuración a la abstracción
Con el paso del tiempo, su obra transitó de lo figurativo hacia la abstracción. Un consejo de Frida Kahlo, que invitaba a pintar con libertad absoluta, fue decisivo. La música, especialmente Vivaldi y posteriormente las composiciones de su hijo, influyó en su manera de concebir el ritmo y el color.
Hoy, con limitaciones físicas naturales, Guillermo Monroy continúa creando mediante manchas y trazos con plumones, demostrando que la pulsión artística se adapta, pero no se extingue.
El Sol, la fiesta y la memoria
El Sol aparece como símbolo recurrente en su obra, asociado a la vida, al movimiento y también al riesgo. Las fiestas populares, los castillos pirotécnicos y las bengalas nutren su imaginario visual, siempre atravesado por la conciencia de la pérdida. En esa dualidad se expresa la profundidad emocional de su pintura.
Guillermo Monroy no oculta el dolor por los compañeros asesinados ni por las injusticias vividas, pero insiste en seguir creando como acto de afirmación.
Un museo como horizonte
Entre sus deseos pendientes está la creación de un gran museo de las artes plásticas revolucionarias en Morelos. No se trata de un proyecto personalista, sino de un espacio que preserve una tradición artística comprometida con la historia social del país.
A sus casi 102 años, Guillermo Monroy sigue pensando el futuro. Su legado no es sólo una obra extensa, sino una ética del arte como trabajo, memoria y esperanza compartida.


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