Tras la muerte de Julián Figueroa, la guerra no vino de afuera, sino de adentro. Maribel Guardia, el ícono, demanda a su nuera, Imelda Tuñón. No es solo por la custodia de un niño; es una lucha por el control, la narrativa y una herencia millonaria. Esto es un drama de dinastía.
En el doloroso vacío dejado por Julián Figueroa, se ha desatado una guerra sorda y despiadada. Lejos de las cámaras y los homenajes, Maribel Guardia, la matriarca amada de México, ha emprendido una acción legal devastadora contra su propia nuera, Imelda Tuñón. La disputa, centrada en la custodia del pequeño José Julián, ha destapado una caja de Pandora de acusaciones de «violencia familiar», amenazas y una lucha encarnizada por el control del legado Figueroa.
La denuncia: ¿Un acto de protección o una jugada de poder?
La elección de Maribel Guardia de demandar a Imelda por «violencia familiar» es una jugada maestra en términos de relaciones públicas y estrategia legal. Este término, cargado de connotaciones graves, posiciona inmediatamente a Imelda como una figura potencialmente peligrosa para su propio hijo, otorgándole a Maribel una superioridad moral casi instantánea. La declaración de Guardia, afirmando que su único objetivo es asegurar que su nieto tenga una «madre sana y plena de sus facultades», refuerza esta imagen de abuela protectora.
Sin embargo, la versión de Imelda pinta un cuadro muy diferente. Al afirmar que su hijo fue «sustraído» de la fiscalía y que se le impidió verlo, sugiere una maniobra de poder por parte de una matriarca influyente que utiliza el sistema legal a su favor. La decisión inicial del tribunal de otorgarle a Maribel la custodia temporal del niño por 10 días demuestra el peso de su imagen pública y su credibilidad ante las autoridades. Esto no es solo una disputa familiar; es una demostración de poder. Se está cuestionando la capacidad de Imelda como madre para, en última instancia, controlar el futuro del heredero principal de la fortuna y el nombre Figueroa.
Amenazas, mensajes filtrados y la guerra psicológica
El conflicto ha escalado a una guerra de desgaste mediático. Maribel Guardia ha afirmado haber recibido una «amenaza» directa de Imelda en su último mensaje. Imelda, por su parte, niega rotundamente la acusación y contraataca filtrando los supuestos mensajes. En ellos, no se lee una amenaza, sino una acusación a Maribel de causarle a su hijo «ansiedad por separación» y una recomendación de que busque terapia.
Para añadir más leña al fuego, Imelda ha denunciado haber recibido amenazas de muerte anónimas, insinuando que provienen del entorno de su suegra: «si algo me pasa responsabilizo a gente cercana a la mamá de mi nieto». La aparición de un exnovio de Imelda, quien afirmó haber sido presionado para declarar en su contra, solo añade más turbiedad al asunto, sugiriendo que ambas partes están reclutando peones en esta batalla.
Esta guerra de acusaciones cruzadas busca envenenar la opinión pública. Mientras Maribel intenta pintar a Imelda como una persona inestable y peligrosa, Imelda se presenta como una madre acorralada y víctima de una conspiración. El reciente «reencuentro» entre ambas, celebrado por la prensa, parece más una tregua forzada por un juez que una paz genuina. En medio de este fuego cruzado, el verdadero damnificado es un niño de ocho años, cuya estabilidad emocional se ha convertido en munición en una batalla por el control, el dinero y la última palabra en el legado de su padre.


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