En el desierto de Atacama, considerado uno de los territorios más secos y hostiles del mundo, avanza un proyecto que hasta hace pocos años parecía inviable, devolverle vida agrícola a suelos degradados por la minería y la salinización extrema. Durante décadas, la extracción de minerales dejó extensas áreas contaminadas con metales pesados, imposibilitando cualquier cultivo y afectando a comunidades rurales enteras.
Hoy, la combinación de Inteligencia Artificial (IA), biotecnología y conocimiento local está transformando estos terrenos en superficies capaces de sostener cultivos básicos, abriendo una nueva etapa para la agricultura en zonas extremas.
IA y organismos vivos para recuperar suelos en el desierto de Atacama
El eje del proyecto es el uso de inteligencia artificial para analizar, en tiempo casi real, las condiciones del suelo y del clima. Sensores, drones y modelos predictivos recopilan datos diarios sobre humedad, salinidad, temperatura y concentración de metales como cobre, plomo y arsénico.
Con esta información, los sistemas de IA determinan cuándo y dónde intervenir. A partir de esos análisis, se introducen microalgas y microorganismos seleccionados por su capacidad de tolerar altas concentraciones de sal y absorber contaminantes.
Mientras limpian el suelo, estos organismos generan biomasa que se reutiliza como fertilizante natural, mejorando la estructura del terreno y su capacidad de retener agua, un factor clave en un entorno donde cada gota cuenta.
Un territorio que pone a prueba cualquier cultivo
El desierto de Atacama presenta condiciones extremas que dificultan cualquier intento agrícola. Las temperaturas pueden superar los 40 °C, la humedad ambiental es mínima y las lluvias anuales, en algunos sectores, no alcanzan siquiera un milímetro.
A esto se suma la intensa radiación solar y una fuerte oscilación térmica entre el día y la noche. En suelos previamente explotados por la minería, la presencia de metales pesados y la falta de materia orgánica complican aún más la germinación y el desarrollo de las plantas.
Además, muchas comunidades enfrentan una brecha tecnológica que limita el acceso a herramientas digitales y capacitación especializada.

Primeros resultados con impacto ambiental y social
Las parcelas donde se aplicó esta tecnología ya muestran cambios visibles en el Atacama. Se registra un aumento en la fertilidad del suelo y en la presencia de microorganismos que fijan nutrientes esenciales, lo que se traduce en mejores rendimientos de cultivos adaptados a zonas áridas.
La regeneración también ayuda a reducir la erosión causada por el viento, un problema recurrente en áreas degradadas que amenaza a ecosistemas cercanos. Para las comunidades locales, estos avances representan nuevas oportunidades de ingreso, tanto por la producción agrícola como por el aprovechamiento de la biomasa generada.
De mantenerse este ritmo, miles de hectáreas hoy improductivas podrían reincorporarse a actividades agrícolas con un impacto ambiental positivo.
¿Qué se puede cultivar en el desierto más seco del planeta?
El Atacama no es un territorio naturalmente apto para la agricultura. La aridez, la salinidad y la contaminación histórica limitan severamente las opciones. Sin embargo, con riego tecnificado, suelos mejorados y procesos de biorremediación, algunos cultivos resistentes ya muestran buenos resultados.
La quinoa, ciertos forrajes y vegetales de ciclo corto son los más adecuados para estas condiciones. La clave está en el manejo de precisión: saber exactamente cuándo intervenir, cuánto regar y cómo nutrir el suelo sin desperdiciar recursos.
Un nuevo modelo para la agricultura en zonas extremas
La experiencia del Atacama demuestra que incluso los entornos más hostiles pueden transformarse con tecnología verde y gestión inteligente. La inteligencia artificial no solo optimiza recursos, también permite revertir décadas de degradación ambiental.
El reto ahora es escalar estos proyectos y garantizar que las comunidades rurales puedan sostenerlos a largo plazo, convirtiendo al desierto no solo en un símbolo de aridez, sino de resiliencia e innovación agrícola.


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