Un problema histórico que exige respuestas estructurales

México, Estados Unidos y el conflicto por el agua ha marcado la relación bilateral por décadas. Sin embargo, según la American Society of Mexico (AmSoc), ambos países están encaminados a buscar una solución de largo plazo, impulsada por el diálogo diplomático y una creciente presión económica. El presidente de AmSoc, Larry Rubin, sostuvo que antes de que Washington avance con un arancel adicional del 5% a productos mexicanos, ambas naciones trabajarán en acuerdos que eviten agravar las tensiones y garanticen estabilidad en la frontera.

La disputa actual resurgió tras el señalamiento de Estados Unidos sobre incumplimientos en la entrega de agua del Río Bravo por parte de México, situación que afecta a agricultores del sur de Texas. No obstante, Rubin subrayó que el enfoque de Washington no se limita a medidas inmediatas o punitivas: el objetivo es establecer una estrategia permanente para equilibrar la disponibilidad y distribución del recurso entre ambos países.

El tratado de 1944 como base de la negociación

El compromiso hídrico entre ambas naciones está definido desde el Tratado de Aguas de 1944, que establece obligaciones claras:

• Estados Unidos debe enviar a México 1,850 millones de m³ de agua del Río Colorado cada año.
• México debe entregar 432 millones de m³ del Río Bravo a Estados Unidos.

Este marco legal ha sido suficiente durante décadas, pero las crisis recientes relacionadas con sequías, sobreexplotación agrícola y presiones demográficas han puesto en evidencia la necesidad de modernizar o complementar el tratamiento del tema. Para Rubin, la prioridad es asegurar que los acuerdos se cumplan plenamente, pero también que se implementen mecanismos operativos que permitan prevenir futuros episodios de tensión.

Infraestructura: el gran reto pendiente en México

Si bien el cumplimiento del tratado es fundamental, Rubin advirtió que México enfrenta un desafío interno mucho más profundo: la falta de infraestructura capaz de redistribuir el exceso de agua del sur hacia el norte, donde la escasez es cada vez más crítica.
Este rezago implica:

• Falta de acueductos modernos y de largo alcance.
• Escasas inversiones en tecnología hídrica y monitoreo.
• Procesos lentos en la construcción o rehabilitación de presas y canales.
• Carencia de una planificación integral que articule estados, municipios y autoridades federales.

Para AmSoc, solo un programa de inversión robusto permitirá a México cumplir de manera sostenible con las obligaciones del tratado y, al mismo tiempo, garantizar la seguridad hídrica de sus propios productores y ciudades fronterizas.

El factor económico: inversiones en pausa hasta 2027

Además del conflicto hídrico, el panorama económico entre ambos países atraviesa un periodo de expectativa y cautela. Según Rubin, múltiples inversionistas estadounidenses han manifestado que, si bien México sigue siendo atractivo, no tomarán decisiones de gran escala hasta que exista certeza total sobre el futuro del T-MEC.

Esto significa que los flujos de inversión más importantes llegarán una vez que concluya la revisión del tratado comercial, proceso que podría extenderse hasta inicios de 2027. Es entonces cuando Rubin prevé un repunte acelerado de inversión en sectores clave como manufactura avanzada, automotriz, energía e infraestructura.

El especialista enfatizó que el comportamiento del gobierno mexicano será determinante: “Si la política pública no ahuyenta la inversión, México podrá recibir montos cuantiosos a partir de 2027”.

¿T-MEC trilateral o acuerdos parciales?

Aunque persiste la expectativa de mantener un T-MEC trilateral, Rubin reconoció que existe la posibilidad de que la integración comercial adopte modalidades nuevas, como acuerdos bilaterales o ajustes transitorios. Lo importante, destacó, es que los inversionistas cuenten con claridad jurídica, independientemente del formato final.

Para Estados Unidos, la renegociación del tratado y la resolución del conflicto hídrico no son temas aislados: ambos forman parte de una agenda más amplia de seguridad económica regional.

Diálogo como principal herramienta diplomática

Pese al tono firme de la administración estadounidense, Rubin insistió en que el diálogo constructivo sigue siendo la vía principal para resolver el conflicto. Washington, aseguró, está dispuesto a encontrar soluciones de corto y largo plazo, siempre y cuando se garantice que México cumplirá con los compromisos pactados.

La cooperación técnica, las mesas de trabajo binacionales y el intercambio de análisis científicos podrían marcar el rumbo de un acuerdo más estable que beneficie tanto a agricultores texanos como a productores del norte de México.

El conflicto por el agua es solo uno de los desafíos que comparten México y Estados Unidos, pero también una oportunidad para modernizar infraestructura, fortalecer la cooperación y dar certeza a los inversionistas que esperan claridad rumbo a 2027. Una solución de largo plazo no solo aliviaría tensiones diplomáticas, sino que reforzaría un elemento esencial de la integración norteamericana: la gestión sostenible de recursos compartidos.