En 1962, México vivió uno de los momentos más esperados por los fanáticos del automovilismo: la llegada del Gran Premio de México. Por primera vez, el país formaría parte del Gran Circo —aunque en una carrera no puntuable para el campeonato mundial—, lo que abría la puerta para posicionar a México en el mapa internacional del deporte motor. Sin embargo, la emoción pronto se transformó en dolor: durante los entrenamientos, el joven piloto Ricardo Rodríguez de la Vega perdió la vida en un trágico accidente que marcaría para siempre el debut de la Fórmula 1 en nuestro país.
Un sueño hecho realidad para los aficionados mexicanos
El Autódromo de la Magdalena Mixhuca, en la Ciudad de México, fue el escenario elegido para la histórica competencia. El 1 de noviembre de 1962, El Informador reportaba que 20 pilotos de 10 países participarían en el evento, que se disputaría el domingo 4 de noviembre. La emoción era palpable: México se preparaba para recibir a las grandes escuderías y pilotos del mundo, entre ellos al británico Jim Clark, quien más tarde ganaría la carrera.
Para los aficionados, la presencia de los hermanos Rodríguez, Ricardo y Pedro, representaba el orgullo nacional. Ambos eran jóvenes talentos que habían destacado en Europa y encarnaban el futuro del automovilismo mexicano.
La tragedia que silenció la celebración
El 1 de noviembre, durante las prácticas, Ricardo Rodríguez, al volante de un Lotus 24 marcado con el número 1, perdió el control al salir de una curva peraltada a 160 km/h. El auto se estrelló contra una guarnición, se partió en dos y el piloto fue expulsado del vehículo, sufriendo lesiones fatales. Eran las 5:08 de la tarde, y el país entero quedaría conmocionado.
Según relató El Informador en su portada del 2 de noviembre de 1962 bajo el titular “Se mató ayer el famoso volante mexicano R. Rodríguez”, el coche dio varias volteretas y el joven de apenas 20 años salió disparado como una catapulta, impactando con un poste antes de caer sobre el asfalto. Murió pocos minutos después.
La tragedia fue aún más desgarradora por las escenas que se vivieron en el lugar. Su madre, Conchita de la Vega, se desmayó al presenciar el accidente, mientras su esposa, Sara Cardoso, permaneció en silencio, pálida y conmocionada.
El adiós a una promesa del automovilismo mexicano
Las autoridades dispensaron la necropsia, y el cuerpo de Ricardo fue velado de inmediato. Al funeral asistió el entonces presidente de México, Adolfo López Mateos, quien ofreció sus condolencias a la familia. Su hermano Pedro Rodríguez, también piloto, montó guardia junto al féretro del joven corredor.
Durante el sepelio, el padre de ambos, Pedro Rodríguez padre, pronunció una frase que resonó en los medios de la época:
“Se acabaron las carreras para toda la familia. Este es el fin.”
A pesar de ello, el destino quiso otra cosa. Pedro continuó su carrera en el automovilismo internacional, convirtiéndose en uno de los pilotos más reconocidos de México, hasta su muerte en 1971 durante una competencia en Núremberg, Alemania.
Las causas del accidente
En un inicio, se atribuyó el siniestro a una falla mecánica o al estado resbaloso de la pista, pero la Comisión de Seguridad del GP de México determinó posteriormente que la velocidad excesiva fue la causa principal. “El exceso de velocidad, alrededor de 160 km/h, fue el único culpable del accidente que costó la vida al joven automovilista mexicano Ricardo Rodríguez”, se leía en El Informador el 4 de noviembre de 1962.
También se supo que Ricardo no llevaba bien ajustado el casco ni el cinturón de seguridad, y que había salido nuevamente a la pista tras finalizar su turno oficial de práctica, intentando mejorar su tiempo. Según los mecánicos, buscaba superar a John Surtees, quien había sido el más rápido el día anterior.
El minuto de silencio que unió al país
El domingo 4 de noviembre de 1962, el Gran Premio de México se llevó a cabo como estaba previsto, con la asistencia de 60 mil espectadores y la presencia del presidente López Mateos. Antes de iniciar la carrera, se rindió un minuto de silencio en memoria de Ricardo Rodríguez, acompañado de una ofrenda floral enviada por su padre, depositada en el lugar exacto donde ocurrió el accidente.
La competencia fue ganada por Jim Clark, quien se mostró crítico con las ondulaciones del asfalto, pero pronosticó un gran futuro para México en el automovilismo internacional:
“México tiene corredores destinados a figurar y un circuito con gran potencial.”
Un legado que trascendió la tragedia
Aquel primer Gran Premio de México fue un parteaguas: una carrera que comenzó con entusiasmo, terminó en duelo y dejó una huella imborrable en la historia del deporte nacional. Aunque la prueba no fue puntuable, su realización abrió el camino para que México se consolidara como una sede recurrente del campeonato mundial de Fórmula 1.
Hoy, más de seis décadas después, el GP de México es sinónimo de pasión, fiesta y orgullo nacional, con guiños al Día de Muertos que recuerdan, precisamente, aquel trágico inicio en 1962.
La memoria de Ricardo Rodríguez permanece viva no solo en los corazones de los aficionados, sino también en el Autódromo Hermanos Rodríguez, que lleva su nombre y el de su hermano Pedro, como homenaje eterno a los dos pioneros que pusieron a México en el mapa del automovilismo mundial.


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