Un hombre inmunodeprimido permaneció infectado con COVID-19 durante 750 días seguidos, es decir, más de dos años, sin lograr recuperarse nunca de la fase viral. El caso, publicado en la revista científica The Lancet, ha sorprendido y abre nuevas interrogantes sobre la evolución del SARS-CoV-2 en personas vulnerables.
No fue “long COVID”, sino infección persistente
Los especialistas aclararon que este no fue un caso de long COVID o “COVID prolongado”. A diferencia de ese síndrome, en el que persisten síntomas tras superar la infección, este paciente nunca se recuperó del virus. Su organismo mantuvo activa la fase viral desde mediados de 2020 hasta su fallecimiento, por causas ajenas a la infección.
Según el informe, el hombre, de 41 años, padecía VIH-1 avanzado, con apenas 35 células T auxiliares por microlitro de sangre, cuando lo normal es de 500 a 1,500. La falta de tratamiento antirretroviral debilitó aún más su sistema inmune y favoreció la permanencia del virus.
Riesgo de mutaciones
De acuerdo con William Hanage, epidemiólogo de Harvard, “las infecciones a largo plazo permiten al virus explorar maneras de infectar las células de manera más eficiente”. Los investigadores encontraron mutaciones similares a las que dieron origen a la variante Ómicron, lo que refuerza la teoría de que variantes más transmisibles pueden surgir en pacientes con infecciones crónicas.
La bioinformática Joseline Velasquez-Reyes, de la Universidad de Boston, analizó las muestras virales del paciente entre 2021 y 2022. Detectó que el virus acumuló mutaciones comparables a las vistas en comunidades enteras, lo que evidencia cómo la adaptación dentro de un solo cuerpo puede replicar el proceso evolutivo global.
Síntomas persistentes que alertaron
El paciente, diagnosticado en septiembre de 2020, presentó síntomas persistentes como problemas respiratorios, dolores de cabeza, dolores musculares y debilidad. A lo largo de la enfermedad fue hospitalizado cinco veces, hasta que finalmente falleció.
A pesar de su caso excepcional, los investigadores destacaron que no hubo indicios de transmisión a otras personas, posiblemente porque el virus perdió capacidad de contagio al adaptarse a un solo huésped.
El estudio concluye que los sistemas de salud deben priorizar la detección y el tratamiento de infecciones persistentes, no solo por el bienestar individual, sino también para prevenir la aparición de nuevas variantes.


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