Lucía tenía 9 años cuando escuchó por primera vez a su padre decirle que era “un fracaso”. No había golpes, no había moretones visibles… pero cada palabra caía como una piedra en su pecho. Años después, Lucía, ahora adulta, comprendió que ese dolor invisible había moldeado gran parte de su vida.
Un estudio publicado en BMJ Open confirma lo que miles de personas como Lucía han sentido: el abuso verbal en la infancia puede ser tan dañino para la salud mental como el abuso físico.
El hallazgo que cambia la forma de entender el maltrato infantil
Los investigadores siguieron a más de 20.600 niños en Inglaterra y Gales durante décadas. El resultado: el abuso verbal aumentó en un 64% las probabilidades de tener bajo bienestar mental en la adultez, mientras que el abuso físico lo hizo en un 52%.
Quienes vivieron ambos tipos de maltrato tenían el doble de riesgo de sufrir problemas de salud mental.
Palabras que dejan cicatrices invisibles
El abuso verbal —insultos, humillaciones, gritos constantes— puede afectar el desarrollo cerebral infantil, generando estrés tóxico que altera áreas relacionadas con la confianza, la autoestima y la regulación emocional.
Según el estudio, un niño que crece escuchando insultos tiene un 90% más de probabilidades de no sentirse cercano a otras personas en la adultez, incluso más que aquellos que sufrieron violencia física.
Más frecuente de lo que creemos
Aunque el abuso físico infantil ha disminuido con los años, el abuso verbal ha aumentado: pasó del 12% en niños nacidos antes de 1950 a casi el 20% en los nacidos después del 2000. Esto lo convierte en un problema creciente y más común que la violencia física.
El costo emocional en la adultez
Los adultos que vivieron abuso verbal infantil reportan menor optimismo, menos capacidad para resolver problemas y mayor dificultad para tomar decisiones. Estos patrones pueden afectar relaciones, oportunidades laborales y bienestar general.
Prevenir, detectar y actuar
Los expertos insisten en que el abuso verbal debe recibir la misma atención que el físico en políticas públicas y programas de prevención. Padres, cuidadores y educadores necesitan herramientas para corregir conductas dañinas y promover entornos seguros y respetuosos.
Pequeños cambios en la forma de comunicarse pueden marcar la diferencia: validar emociones, usar un tono respetuoso y evitar etiquetas negativas ayuda a proteger el desarrollo emocional infantil.
Una lección urgente
El caso de Lucía y los datos científicos dejan claro un mensaje: las palabras importan. Detectar y frenar el abuso verbal es tan crucial como combatir la violencia física. La salud mental de las futuras generaciones depende de ello.


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