En muchas familias, compartir una bolsa de papas fritas o un refresco frío puede parecer un gesto inofensivo. Sin embargo, lo que comienza como un gusto ocasional puede transformarse en una dependencia emocional difícil de romper.
La psicóloga Manpreet Dhuffar-Pottiwal, especialista en adicciones conductuales, advierte que la adicción infantil a los alimentos ultraprocesados va más allá del simple placer: se trata de una alteración en la relación del niño con la comida, que puede tener consecuencias tanto físicas como emocionales.
5 señales de alerta en la adicción a la comida chatarra
1. Antojos intensos y fijación por ciertos productos
Cuando los niños muestran un deseo desmedido por alimentos específicos —papas fritas, golosinas o refrescos— y sienten angustia si no los consumen, estamos ante una primera señal.
2. Pérdida de control en el consumo
Si a pesar de estar saciados siguen comiendo o lo hacen a escondidas, podría tratarse de un signo de pérdida de control. Este patrón es comparable a otras adicciones conductuales.
3. Síntomas similares a la abstinencia
Irritabilidad, cambios de humor o dolores de cabeza al no acceder a comida chatarra evidencian una dependencia que requiere atención temprana.
4. Rechazo a alimentos saludables
El rechazo a frutas, verduras o preparaciones equilibradas, que antes disfrutaban, muestra cómo los ultraprocesados desplazan opciones nutritivas en la dieta diaria.
5. Impacto en la vida diaria
La evitación de actividades sociales, bajo rendimiento escolar o sentimientos de culpa por comer chatarra son señales de que el problema trasciende lo nutricional.
La explicación científica detrás del placer inmediato
El psiquiatra Adarsh Dharendra explica que la combinación de azúcares, grasas y aditivos de los ultraprocesados estimula la dopamina en el cerebro, reforzando la necesidad compulsiva de repetir la experiencia. Este diseño intencional maximiza el placer, pero altera las señales naturales de saciedad.
Estrategias para prevenir la adicción en los niños
- Involucrar a los niños en la cocina: que participen en la preparación fomenta interés por alimentos naturales.
- Ofrecer comidas regulares y balanceadas: reduce la ansiedad por buscar snacks ultraprocesados.
- Limitar disponibilidad en casa: si no están a la mano, el deseo disminuye.
- Evitar etiquetas “buenos o malos”: en lugar de prohibir, enseñar equilibrio y moderación.
- Promover la compasión y el acompañamiento: el cambio no debe ser una batalla, sino un camino compartido hacia el bienestar.
El caso de Mariana
Mariana, de 9 años, comenzó a llevar dulces escondidos en su mochila. Cuando su madre descubrió que no quería comer frutas ni verduras en la escuela, comprendió que no se trataba de un simple “antojo”. Con la ayuda de un especialista en nutrición infantil, la familia implementó cambios graduales: cocinar juntos, reducir la compra de ultraprocesados y establecer horarios de comida.
Hoy, Mariana disfruta preparar batidos con su padre y ha recuperado la energía en la escuela. Su historia refleja cómo detectar a tiempo estas señales puede transformar la salud y el futuro de un niño.


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