Cuando tenía nueve años, la celebridad me tocó la puerta, literalmente. En aquella casa rentada donde vivíamos mis hermanos, mis padres, mi abuela y yo, llegó un hombre con una propuesta inusual: ser la imagen de un calendario que se repartiría en el barrio.
La emoción era palpable. Mis hermanos, con su belleza inocente, y yo, con mis orejas que desafiaban los peinados de moda, nos convertimos en estrellas locales por un breve momento. Pero, como todo lo efímero, el año pasó y el siguiente calendario mostró gatitos.
Esa experiencia infantil quedó grabada en mi memoria como una lección temprana: la fama, aunque nos alcance, siempre se va.
Pragmáticos y románticos: ¿quién gobierna la vida?
A lo largo de los años, he reflexionado sobre los que buscan el poder o la fama como si fueran bienes eternos. ¿Qué motiva a alguien a aparecer en todas partes, a imponer su rostro o sus palabras hasta el cansancio?
Kant intentó poner orden en el pensamiento humano, pero sus ideas parecen insuficientes para explicar la sed inagotable de reconocimiento. ¿Es esta búsqueda pragmática, romántica, o simplemente un impulso desesperado por no ser olvidados?
La infancia, el poder y el calendario que todo lo cambia
El hombre que nos fotografió para el calendario de mi infancia quería, como todos, un éxito momentáneo. A cambio de unas monedas, mi padre permitió que nos retrataran, y durante un año fuimos parte de las cocinas y puertas del vecindario.
Luego llegaron los gatitos y, con ellos, el olvido. Pero la pregunta persiste: ¿por qué el ser humano se aferra tanto a la celebridad y al poder?
¿Qué queda después de la fama?
El poder y la fama son como los calendarios: vienen, llenan un espacio por un tiempo y luego son reemplazados. Las personas que se aferran a ellos parecen olvidar que su verdadero valor no está en ser reconocidos, sino en ser recordados con afecto o gratitud.
Un diálogo sin fin entre lo pragmático y lo romántico
En mi cumpleaños reciente, reflexioné sobre estas experiencias. No soy pragmático ni romántico; quizá una mezcla. Como aquel niño del calendario, me conformo con el reconocimiento pasajero, pero valoro más las preguntas que no necesitan respuesta inmediata.
Porque al final, el poder y la fama solo son luces fugaces en el vasto cielo de lo que realmente importa.
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