Las amistades que nacen en la infancia tienen su magia; las que surgen en la adolescencia son una prueba de fuego, y las forjadas en el camino profesional a menudo se disuelven. Sin embargo, hay un tipo de vínculo que se sostiene más allá de los años: la amistad entre escritores. Esta relación única está construida sobre libros compartidos, textos tímidamente leídos y el riesgo de abrir el alma en cada página escrita.
Recientemente, tuve el honor de participar en el ciclo Protagonistas de la literatura mexicana en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, un espacio en el que pude compartir escenario con tres amigos entrañables: Myriam Moscona, Rosa Beltrán y Élmer Mendoza. Nuestra relación no solo es testimonio de la fortaleza de los lazos literarios, sino también de cómo la literatura se convierte en una conversación ininterrumpida.
Myriam Moscona: La poesía que abraza la memoria
Conocí a Myriam Moscona en nuestro primer taller literario. Ella llegaba con sus poemas; yo, con cuentos. Éramos jóvenes estudiantes —ella en Comunicación, yo en Biología—, con nervios y sueños que aún no sabíamos cómo moldear. A lo largo de los años, nuestras vidas se entrelazaron como los hilos de una tela que resiste el tiempo.
Hoy, mientras celebra la publicación en francés de su libro «Tela de sevoya», recuerdo cómo en nuestras charlas durante una estancia en Banff, Canadá, ella afinaba cada palabra con precisión quirúrgica. Su capacidad para escuchar no solo historias, sino también silencios, hace que sus consejos literarios sean invaluables.
Rosa Beltrán: Historias que trascienden fronteras
Mi amistad con Rosa Beltrán nació en las páginas de Letras Nuevas, donde ambas publicamos por primera vez. Presentamos juntas nuestros primeros libros de cuentos, apadrinadas por la entrañable Josefina Vicens, y desde entonces nuestras carreras han ido de la mano.
Rosa, quien recientemente recibió el prestigioso Premio Alfonso Reyes, es una autora que no solo escribe historias, sino que las vive con pasión. Su novela «Radicales libres», ahora traducida al inglés, es un recordatorio de su habilidad para captar lo universal en lo cotidiano.
Élmer Mendoza: La voz del norte y el alma generosa
Hace 37 años conocí a Élmer Mendoza en Culiacán, tierra que lleva en las venas y que refleja en su obra. Él es más que un escritor; es un mentor que impulsa a jóvenes talentos con una generosidad que no conoce límites.
Élmer ha dado vida a personajes memorables, como El Zurdo Mendieta, un detective de culto cuya fama traspasa las páginas. Con premios como el Tusquets y el Noir de Tenerife, Élmer no solo domina la narrativa, sino también el arte de la amistad. Cuando comparto una nueva idea con él, siempre responde con su característico consejo: «Pues a escribir, m’hija».
El poder de las amistades literarias
Lo que hace única nuestra relación es la manera en que nos leemos y nos sostenemos mutuamente. Cada libro publicado es un capítulo más en la historia que hemos construido juntos. La literatura no es solo el producto de soledades compartidas; es también el espacio donde la amistad florece y se perpetúa.
En la sala Manuel M. Ponce, recordamos estas décadas de complicidad. Fue un momento para celebrar no solo nuestras trayectorias individuales, sino también el tejido invisible que nos une: el amor por las palabras y la creencia de que, a través de ellas, podemos dar sentido a la vida.
La literatura como puente eterno
La amistad entre escritores no se limita a compartir textos; es una forma de construir memoria y futuro, de tejer historias personales con hilos de complicidad y cariño. Myriam, Rosa, Élmer y yo somos testigos de que las palabras, al igual que las amistades, tienen el poder de resistir el tiempo y trascender.
Que esta celebración en Bellas Artes no sea solo un homenaje a nuestras carreras, sino también un recordatorio de que las letras unen y las amistades perduran.
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