La Cuarta Transformación: ¿Cambio profundo o retórica política?
La historia de México está marcada por tres grandes «transformaciones»: la Independencia, la Reforma y la Revolución. Cada una de estas etapas representó un cambio radical en el contexto social y político del país, pero también compartió un elemento en común: las clases trabajadoras, quienes sostuvieron los procesos históricos, siguieron siendo las más explotadas y menos beneficiadas.
Con la llegada de la Cuarta Transformación (4T) en 2018, encabezada por Andrés Manuel López Obrador, se prometió un cambio profundo que pondría fin a la era neoliberal y regresaría al pueblo el control de la economía y la política. Sin embargo, seis años después, surgen preguntas fundamentales: ¿qué tan transformadora ha sido esta etapa?
Las reformas neoliberales siguen en pie
Una de las principales críticas hacia la 4T es que las reformas clave del neoliberalismo permanecen intactas. Entre ellas:
- La contrarreforma agraria, que dejó sin tierra a miles de campesinos.
- La reforma laboral, que flexibilizó las condiciones de trabajo en beneficio de los empresarios.
- El Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, que sigue favoreciendo a grandes corporaciones.
- La privatización de servicios públicos, como INFONAVIT y FOVISSSTE.
A pesar de declaraciones contundentes de que «el neoliberalismo ha muerto», en los hechos, el modelo económico no ha sido reemplazado. Las ganancias de la banca y los sectores financieros están en niveles históricos, mientras que el crecimiento económico sigue favoreciendo la acumulación de capital en manos de pocos.
¿Quién manda en Palacio Nacional?
Otro aspecto que cuestiona la narrativa de transformación es la relación del gobierno con las élites empresariales. Mientras que los líderes campesinos y obreros han sido prácticamente ignorados, los hombres más ricos del país tienen un acceso privilegiado al Palacio Nacional, influenciando las decisiones económicas y políticas.
Por otro lado, los militares han ampliado su presencia, no solo en tareas de seguridad, sino también en la administración de negocios estratégicos, como aeropuertos, hoteles y proyectos como el Tren Maya y el Corredor Interoceánico.
Este enfoque no implica un cambio de sistema, sino una adaptación del capitalismo, combinando medidas keynesianas con un fuerte control estatal que, lejos de sustituir el neoliberalismo, lo fortalece bajo un nuevo rostro.
¿Un capitalismo sin corrupción?
MORENA ha sostenido en múltiples ocasiones que es posible un «capitalismo sin corrupción». Sin embargo, esta idea enfrenta un problema fundamental: mientras exista la apropiación privada de los beneficios, la corrupción seguirá siendo inherente al sistema.
Los países nórdicos, frecuentemente citados como modelos, no han logrado eliminar la corrupción pese a sus sistemas avanzados de bienestar social. En México, donde las instituciones son más débiles y las desigualdades más profundas, este objetivo parece aún más utópico.
Morena y la reconstrucción del Partido de Estado
En el camino hacia la consolidación de la 4T, MORENA ha absorbido a figuras de otros partidos, principalmente del PRI y PAN, replicando prácticas tradicionales del sistema político mexicano.
Con una mayoría calificada que le permite modificar la Constitución, el partido ha consolidado su hegemonía, pero las reformas impulsadas hasta ahora no han tocado los pilares del modelo económico. Por el contrario, las decisiones reflejan una estrategia más alineada con el populismo pragmático que con una agenda de izquierda radical.
La izquierda en México: desorganizada y débil
Mientras la derecha conservadora ha encontrado formas de oponerse a la 4T, la izquierda socialista sigue fragmentada y sin un liderazgo claro. Las demandas por un cambio estructural que sustituya el capitalismo no han sido integradas en el proyecto de Morena, lo que genera una creciente desconexión entre el discurso y las acciones del gobierno.
¿De qué transformación hablamos?
A seis años del inicio de la 4T, queda claro que la promesa de un cambio profundo no se ha materializado en términos económicos y sociales. Las estructuras del neoliberalismo permanecen intactas, y las clases trabajadoras siguen cargando con el peso de un sistema que prioriza la acumulación de capital.
Si bien la narrativa oficial habla de transformación, los hechos sugieren que esta etapa es más una continuidad adaptada que una ruptura real. La pregunta sigue siendo: ¿qué tipo de transformación necesita México para alcanzar la justicia social que tanto se anhela?
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