Cuando las bombas cayeron sobre Irán, el mundo contuvo la respiración esperando la reacción del llamado «eje anti-occidental». Pero el apoyo de Moscú y Beijing se limitó a palabras. Esta es la historia de una alianza de conveniencia expuesta por la cruda realidad.
En el gran tablero de la geopolítica, las alianzas se forjan tanto en la ideología como en el pragmatismo. Cuando Israel y Estados Unidos lanzaron su ofensiva contra Irán, muchos esperaban que sus socios estratégicos, Rusia y China, respondieran con una fuerza equivalente, consolidando un bloque unido contra Occidente. Sin embargo, lo que siguió fue un elocuente silencio militar, una clara demostración de que en las relaciones internacionales, los intereses propios a menudo pesan más que las lealtades declaradas.
Condenas en la ONU, Silencio en el Campo de Batalla
La respuesta oficial de Moscú y Beijing fue predecible y verbalmente contundente. Ambos gobiernos condenaron enérgicamente los ataques, calificándolos como una flagrante violación del derecho internacional y la soberanía iraní. En las Naciones Unidas, se unieron para proponer un borrador de resolución pidiendo un alto el fuego inmediato, un gesto diplomático potente pero, en la práctica, simbólico, ya que sabían que sería vetado por Estados Unidos.
Pero más allá de los discursos y las maniobras diplomáticas, no hubo acciones concretas. No se enviaron armas, no se ofreció apoyo logístico ni se movilizaron fuerzas. El «eje de la resistencia» demostró tener una columna vertebral retórica, pero carecer de músculo militar cuando la situación lo requería. La pregunta es, ¿por qué?
El Cálculo de China: Proteger la Billetera, No al Socio
Para China, la respuesta se encuentra en su economía. Beijing es el principal comprador de petróleo iraní y su prosperidad depende de la estabilidad de las rutas marítimas globales, especialmente el estratégico Estrecho de Ormuz, por donde pasa una quinta parte del suministro mundial de crudo.
«Desde el punto de vista de China, los conflictos entre Israel e Irán desafían e impactan los intereses comerciales y la seguridad económica de China. Esto es algo que China no quiere ver en absoluto». – Zhu Feng, decano de la Escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad de Nanjing.
Una guerra regional a gran escala es la peor pesadilla para los intereses chinos. Amenazaría sus cadenas de suministro, dispararía los costos de los seguros marítimos y pondría en riesgo sus masivas inversiones en la Iniciativa de la Franja y la Ruta en todo el Medio Oriente. Por lo tanto, el llamado de China a la «desescalada» no era una defensa de Irán, sino una defensa de su propia estabilidad económica.
El Juego de Rusia: Petróleo, Influencia y la Guerra en Ucrania
El cálculo de Rusia es aún más complejo y cínico. Atrapada en una costosa guerra en Ucrania y bajo severas sanciones occidentales, Moscú ve el conflicto en Medio Oriente a través de un lente de oportunidad.
* Beneficio Económico: Un conflicto contenido que eleve los precios del petróleo es una bendición para el presupuesto ruso, ayudando a financiar su maquinaria de guerra. Sin embargo, una guerra total que colapse la demanda global de energía sería desastrosa.
* Ganancia Geopolítica: La crisis le permite a Rusia posicionarse como un mediador indispensable en la escena mundial, aumentando su influencia en el Medio Oriente. Al mismo tiempo, le sirve para pintar a Estados Unidos como una fuerza desestabilizadora, todo ello sin tener que gastar un solo rublo o arriesgar a un solo soldado.
En resumen, tanto China como Rusia concluyeron que su mejor jugada era mantenerse al margen. Sus acciones demuestran que el llamado «eje anti-occidental» es, en realidad, un «eje de conveniencia», una alineación temporal de intereses que se disuelve cuando el costo de la lealtad supera los beneficios del pragmatismo. Para Irán, fue una lección brutal sobre la soledad en el escenario mundial.


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