En noviembre, Daniel Noboa, un joven de 35 años, hizo historia al convertirse en el presidente más joven de Ecuador. Con el 52% de los votos, este outsider político llegó al poder tras la renuncia de Guillermo Lasso, prometiendo romper con la vieja política. Sin embargo, tras un inicio esperanzador, su gobierno ha enfrentado una serie de desafíos que lo han colocado en un escenario de crisis.
Un arranque prometedor: estabilidad en medio del caos
Daniel Noboa asumió el poder bajo la bandera del cambio. Representando a la coalición Acción Democrática Nacional (ADN), capitalizó la insatisfacción popular con los partidos tradicionales y se comprometió a un gobierno pragmático y eficiente.
En sus primeros meses, Noboa logró estabilizar la crisis política que marcó el fin de la administración de Lasso. En un hecho inédito, su partido ADN formó alianzas con el Partido Social Cristiano (PSC) y la Revolución Ciudadana (RC), consolidando un bloque legislativo que le permitió avanzar en temas urgentes.
El mandatario enfrentó con firmeza la creciente ola de violencia criminal, declarando un estado de emergencia nacional y militarizando la seguridad pública. Esta estrategia, conocida como el Plan Fénix, fue bien recibida, elevando su popularidad al 80% y posicionándolo como el presidente más popular de América del Sur.
La fractura política: del éxito al estancamiento
El panorama cambió radicalmente en abril de 2024, cuando el allanamiento a la embajada de México para detener al exvicepresidente Jorge Glas desató una crisis política y diplomática. Este acto, aunque buscaba fortalecer la imagen anticorrupción del gobierno, rompió la alianza con RC, dejando al partido de Noboa sin mayoría en la Asamblea Nacional.
Sin un bloque legislativo sólido, el gobierno perdió la capacidad de avanzar su agenda. Reformas clave como la Ley de Seguridad Social fueron bloqueadas, y Noboa recurrió repetidamente al veto presidencial, generando fricciones con los partidos opositores.
Además, la Corte Constitucional declaró inconstitucionales varios estados de emergencia, debilitando su narrativa de una «guerra interna» contra el crimen organizado. Estas acciones minaron la confianza en la administración y fortalecieron a sus detractores.
Un gobierno marcado por conflictos internos
A la inestabilidad legislativa se sumó un conflicto sin precedentes entre Noboa y su vicepresidenta, Verónica Abad. Su relación, inicialmente distante, se transformó en abierta hostilidad.
En un intento por marginarla, Noboa envió a Abad a Tel Aviv bajo una misión diplomática, pero sus movimientos han sido interpretados como un acto de exclusión. La vicepresidenta respondió presentando una denuncia por violencia política, un delito que podría inhabilitar al presidente para postularse a la reelección en 2025.
El conflicto escaló cuando Noboa impulsó un juicio político contra Abad y la suspendió por «abandono de funciones». Sin embargo, la oposición bloqueó las mociones para despojarla de su inmunidad, usando el enfrentamiento como un arma política contra el mandatario.
La paradoja de Daniel Noboa: promesas rotas y viejas prácticas
A pesar de su discurso sobre romper con la vieja política, Daniel Noboa se ha visto atrapado en sus dinámicas. Su gobierno ha sido calificado como un «gobierno de improvisaciones», incapaz de ejecutar una agenda coherente y pragmática frente a los retos del país.
Las crisis políticas, los vetos legislativos y los conflictos internos han exacerbado la desconfianza en las instituciones. Ecuador enfrenta ahora un panorama incierto, con un tejido social debilitado y un sistema político marcado por la polarización.
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