En el corazón del Vaticano, los primeros cardenales comienzan a llegar, mientras la ciudad eterna se prepara para uno de los eventos más solemnes y a la vez más humanos de la Iglesia Católica: el Cónclave Vaticano para elegir al sucesor del Papa Francisco.
La residencia de Santa Marta, habitualmente un tranquilo refugio clerical, se transforma en un hervidero de encuentros, confidencias y estrategias. Los electores, venidos de todos los rincones del mundo, deben convivir durante días, sorteando habitaciones —un gesto de igualdad que impide cualquier jerarquía previa— y respetando un estricto toque de queda a las 22:30, bajo la vigilancia amable, pero firme, de la Guardia Suiza.
Lejos de los grandes rituales públicos, en estos pequeños gestos cotidianos —compartir mesa, caminar juntos por los patios del Vaticano o robar un momento de distracción en el Caffè dei Papi—, se forjan las verdaderas alianzas que definirán la elección del Papa.
Sortear habitaciones, arrasar el minibar y escapar discretamente
La anécdota corre de boca en boca: un cardenal extranjero, deseoso de agasajar a sus colegas, arrasó alegremente el minibar de su habitación… solo para descubrir después, con cierto sonrojo, que todo se cargaría a su cuenta. El relato, contado entre risas por el arzobispo retirado Anselmo Guido Pecorari, resume el tono humano que marca la vida diaria en Santa Marta durante el Cónclave.
Mientras tanto, las jornadas formales siguen su curso. Las Congregaciones Generales en el Aula Pablo VI y las misas en San Pedro estructuran el tiempo litúrgico, pero los momentos cruciales suelen producirse fuera del protocolo: en las cenas discretas en restaurantes como La Rustichella o en una partida de tenis interrumpida oportunamente cuando las cosas se complican.
Estas escapadas, siempre respetando el horario de regreso, permiten a los cardenales conocerse de manera más genuina. A veces, basta un café compartido para detectar afinidades, o una conversación casual para intuir quién podría ser el nuevo líder espiritual de más de mil millones de católicos.
Más allá de la solemnidad: alianzas y «campaña papal»
Aunque la elección del próximo pontífice se presenta como obra del Espíritu Santo, la realidad humana no puede ocultarse. Existe, en palabras de los veteranos, una especie de «campaña electoral» tácita entre los cardenales. Quienes son vistos como papables deben navegar con habilidad en este mar de simpatías, discreciones y pactos silenciosos.
La atmósfera combina la gravedad de una decisión trascendental con la ligereza de la vida diaria: un equilibrio sutil que solo puede entenderse al vivirlo. En este doble juego de solemnidad y espontaneidad, los cardenales perfilan el futuro de la Iglesia.
El legado de Francisco —su apuesta por una Iglesia más cercana a los pobres, más humilde y reformadora— pesa sobre la elección. No es solo una cuestión de fe; también lo es de continuidad, renovación y política eclesial.
El próximo 7 de mayo, cuando el Cónclave comience oficialmente y la Capilla Sixtina se cierre herméticamente, todas estas interacciones cobrarán sentido. Detrás del humo blanco habrá historias de convivencia, confidencias, risas, alguna copa de vino… y la determinación de forjar, juntos, el futuro de la Iglesia Católica.
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