Asalto a embajada. La mañana en Lima comenzó tensa, casi eléctrica, cuando una frase pronunciada por el presidente de facto José Jerí se esparció por redes y redacciones:
“si tiene que ingresarse a la Embajada de México, se hará”.
Así, el concepto asalto a embajada volvió a sacudir América Latina, apenas unos meses después del escándalo internacional desatado por Ecuador. Y una vez más, México está en el centro de la tormenta.
Perú vive una crisis institucional profunda que parece no tener punto final. Y ahora, con Betssy Chávez refugiada en la sede diplomática mexicana, el gobierno interino de Jerí parece dispuesto a cruzar una línea roja que podría marcar un antes y un después en la política regional.
Un presidente sin elección, un país dividido y un conflicto que crece
José Jerí no fue elegido por voto popular. Llegó al poder como presidente del Congreso y fue colocado al frente del Ejecutivo tras la caída de Dina Boluarte el 10 de octubre. Su legitimidad es frágil, pero su discurso es cada vez más contundente. En entrevista con El Comercio, el mandatario afirmó que no descarta ninguna acción para capturar a Betssy Chávez, ex primera ministra del destituido presidente Pedro Castillo.
Y ahí reaparece nuestra palabra clave objetivo: asalto a embajada. Una amenaza directa que rompe con la tradición diplomática latinoamericana y que revive el fantasma del caso ecuatoriano, donde la irrupción a la embajada mexicana para detener a Jorge Glas provocó una ruptura total de relaciones y severas condenas internacionales.
Jerí, sin embargo, parece tener otros planes. Para él, la detención de Chávez es prioritaria y no duda en insinuar medidas extremas:
“No me limito… si tiene que ingresarse a la embajada mexicana, se hará”.
La mitad de esta historia también gira sobre el asalto a embajada
La crisis toma un matiz aún más grave cuando se considera el contexto. Perú rompió relaciones diplomáticas con México después de que Chávez recibió asilo, y el gobierno peruano insiste en que la Convención de Caracas está siendo “mal utilizada”, pese a que el tratado internacional deja claro que el país receptor determina si existe persecución política.
México, por su parte, ha reiterado que Chávez enfrenta un proceso judicial influenciado por el clima político y por la persecución a figuras cercanas a Pedro Castillo. Si Perú decide un asalto a embajada, el impacto sería devastador: rompería acuerdos internacionales, provocaría condenas multilaterales y generaría un precedente alineado más con la violencia política que con la diplomacia.
Colombia ya advirtió que retiraría a su representación en Lima si la embajada mexicana es vulnerada. Otros gobiernos esperan, inquietos, cualquier movimiento que cruce límites.
Una narrativa de fuerza para sostener un poder frágil
Jerí ha construido un relato basado en demostrar autoridad:
“he demostrado con acciones concretas que no me tiembla la mano”, declaró.
Un discurso que busca consolidarlo ante sus opositores, pero que al mismo tiempo lo acerca peligrosamente a decisiones que pueden aislar al país de la comunidad internacional.
El mandatario peruano insiste en que no es dictador, que “solo cumple la Constitución”, y que quienes lo acusan de persecución “dicen tonterías”. Un mensaje que intenta reforzar su imagen de líder firme mientras la tensión interna crece.
México, por su parte, ha mantenido silencio prudente, consciente de que cualquier declaración puede escalar el conflicto. La relación bilateral, ya debilitada desde 2021, enfrenta uno de sus momentos más críticos.
La historia que hoy estremece a América Latina gira en torno a una frase peligrosa: asalto a embajada. Lo que en otros tiempos habría sido impensable ahora es una posibilidad pronunciada sin titubeos por el presidente de facto de Perú.
La presión por capturar a Betssy Chávez, la ruptura diplomática con México y la fragilidad política interna hacen que cada palabra emitida desde el Palacio de Gobierno resuene con más fuerza de la habitual.
Y así, mientras la región observa con preocupación, la amenaza de un nuevo asalto a embajada se convierte en un símbolo inquietante de la erosión diplomática y del avance de decisiones impulsivas que podrían redefinir el equilibrio político latinoamericano.


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