Una ciudad cubierta por el lodo y la desolación
El amanecer del sábado encontró a Poza Rica cubierta por una mezcla de lodo, petróleo y tristeza. Un día después de las inundaciones que devastaron gran parte de la ciudad, los habitantes comenzaron la dura tarea de remover escombros, rescatar pertenencias entre el fango y enfrentar la pérdida de todo lo que el agua arrasó. La ciudad, normalmente bulliciosa, hoy huele a humedad, a petróleo y a desesperanza. En cada esquina hay muebles rotos, colchones empapados y automóviles volteados que quedaron como testigos del poder del río Cazones, cuyo desbordamiento cambió la vida de miles de familias en cuestión de minutos.
Vecinos sin ayuda: “Nos dejaron solos”
Los pobladores denuncian que durante las horas más críticas la ayuda nunca llegó. Ni la Guardia Nacional, ni la Marina, ni Protección Civil aparecieron cuando el agua subía de manera implacable. Muchos tuvieron que evacuar por su cuenta, usando cuerdas, tablas o lo que encontraran para salvar a sus hijos y mascotas. “Nos dejaron solos”, repite Urbano Martínez, un hombre que lleva casi cinco décadas viviendo a orillas del río. La noche de la inundación tuvo apenas diez minutos para correr y evitar que el agua alcanzara el techo de su casa. Hoy, junto a su familia, mira cómo el lodo cubre las paredes que construyó con esfuerzo durante años.
La indignación crece por declaraciones oficiales
El enojo entre los vecinos aumentó cuando la gobernadora Rocío Nahle declaró que el río Cazones se había desbordado “ligeramente”. Las redes sociales no perdonaron la imagen en la que aparece con zapatos limpios “atendiendo” a los damnificados. Para los habitantes de Poza Rica, esa fotografía se convirtió en símbolo del desconexión y la indiferencia del gobierno. “Decir que fue leve es una burla. Aquí hubo casas que desaparecieron”, lamenta Claudia, hermana de Urbano, mientras intenta rescatar los bordados que hacía junto a su madre para vender. Entre lágrimas dice que perdió todo el material, “pero no las manos para volver a empezar”.
Animales, petróleo y una ciudad que huele a desastre
En colonias como 27 de Septiembre, Los Laureles y otras cercanas al cauce del río, las calles están cubiertas de un aceite negro y espeso que proviene de los residuos petroleros. El olor es insoportable y los animales —perros, gatos, aves— deambulan empapados y cubiertos de lodo. Algunos vecinos improvisan cocinas al aire libre para preparar tacos placeros con lo poco que rescataron. Entre bromas tristes celebran encontrar una botella de refresco o un paquete de jabón que sobrevivió al agua. Otros, como Gerardo, simplemente se sientan frente a sus casas destruidas, sin energía siquiera para quejarse. “Ya no tengo miedo”, dice con voz apagada. “Perdí todo, pero al menos seguimos vivos. Eso ya es ganancia”.
El dolor de los desaparecidos y la desconfianza en las cifras
El número real de víctimas aún es incierto. Los vecinos aseguran que hubo muertes y desaparecidos que las autoridades no reconocen. Algunos hablan de cuatro fallecidos, otros de más. Pero la desconfianza hacia las cifras oficiales es general. “Nos dicen que fueron pocos, pero nadie vino a contar los cuerpos”, comenta una habitante del fraccionamiento Los Laureles, donde el agua alcanzó los techos y arrastró autos como si fueran de papel.
La falta de prevención y el olvido institucional
Expertos locales y vecinos coinciden en que el desastre pudo haberse mitigado. Poza Rica ha sufrido inundaciones antes, pero nunca de esta magnitud. Aun así, no existen planes de contingencia claros para las zonas de riesgo. Miguel Ángel Trejo, residente de Los Laureles, lo resume con frustración: “El gobierno sabe que aquí el río se desborda, pero cada año es lo mismo. No aprenden ni previenen nada”.
El espíritu de reconstrucción ante la tragedia
A pesar del dolor, hay esperanza. Las familias han empezado a organizarse por su cuenta para limpiar calles, repartir alimentos y rescatar lo que se pueda. En algunos barrios, los vecinos establecieron redes solidarias para compartir víveres y herramientas. Aunque el apoyo institucional brilla por su ausencia, la comunidad de Poza Rica demuestra una fortaleza que ni el agua pudo arrastrar. “Nos toca empezar de cero, pero lo haremos juntos”, dice Ruth Verónica Cruz, mientras barre lodo frente a su casa. “Esta ciudad tiene alma, y aunque el río la golpeó, no la destruyó”.
Un llamado a la acción y la memoria
Las inundaciones de Poza Rica no son un evento aislado, sino un reflejo del cambio climático, la negligencia institucional y la vulnerabilidad social que persisten en México. La tragedia podría repetirse si no se fortalecen los sistemas de drenaje, los protocolos de emergencia y la conciencia ciudadana. Poza Rica se levanta entre la rabia y la esperanza, recordando que la verdadera reconstrucción empieza cuando el gobierno escucha y actúa.


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