En un esfuerzo por transformar la relación entre los servicios de salud pública y la población derechohabiente, el ISSSTE ha implementado el programa “La Clínica es Nuestra”. Este proyecto no se limita a mejorar la infraestructura médica, sino que busca establecer un nuevo modelo de atención basado en la participación directa de los usuarios, redefiniendo así el significado de la salud pública en México.
Una visión participativa: Salud basada en las necesidades de la comunidad
Históricamente, las clínicas del ISSSTE han operado bajo un esquema centralizado donde las prioridades se establecían desde oficinas administrativas lejanas. “La Clínica es Nuestra” rompe con este paradigma al crear espacios de participación activa para la derechohabiencia.
Este programa entiende que la derechohabiencia no es homogénea. Desde maestras rurales en comunidades indígenas hasta servidores públicos en zonas urbanas, las necesidades y experiencias varían enormemente. Por ello, se establecen mesas de diálogo donde los derechohabientes expresan sus necesidades, permitiendo que las inversiones y decisiones en infraestructura se adapten a las realidades locales.
Un enfoque en la diversidad sociocultural de la derechohabiencia
El ISSSTE atiende a una población compleja y diversa, atravesada por diferencias de género, etnicidad, clase social y ubicación geográfica. “La Clínica es Nuestra” adopta un enfoque diferenciado para garantizar que las clínicas reflejen las realidades de cada región.
Por ejemplo, los desafíos de una clínica en Chiapas, donde se atienden comunidades indígenas, son radicalmente distintos a los de una unidad en Monterrey o la Ciudad de México. El programa considera estos contrastes y busca soluciones adaptadas a cada contexto, fortaleciendo así el tejido social y mejorando la calidad de los servicios médicos.
La reapropiación del espacio público en la salud
El programa también plantea una transformación simbólica: convierte las clínicas del ISSSTE en espacios donde la derechohabiencia no solo recibe atención, sino que también participa activamente en la definición de prioridades y estrategias.
Esta reapropiación asegura que las clínicas sean más que edificios funcionales; se transforman en lugares donde las comunidades sienten que tienen voz y poder. En términos prácticos, esto se traduce en decisiones más asertivas sobre cómo y dónde invertir recursos, reduciendo la desconexión entre las necesidades reales y las políticas centralizadas.
Impacto material y simbólico: Más allá de la infraestructura
Además de abordar problemas concretos como la mejora de instalaciones y equipos médicos, “La Clínica es Nuestra” actúa como un mecanismo de redistribución simbólica y material. Al priorizar las voces de comunidades marginadas, el programa da visibilidad a sectores que históricamente han sido ignorados en la toma de decisiones.
Esto no solo fortalece la confianza de la población en las instituciones públicas, sino que también fomenta un sentido de pertenencia y corresponsabilidad en el cuidado de los espacios de salud.
Retos y el camino hacia un cambio paradigmático
Como toda iniciativa ambiciosa, “La Clínica es Nuestra” enfrenta desafíos significativos. Entre ellos, la capacidad de garantizar que los mecanismos de participación sean accesibles para todas las comunidades, especialmente en zonas rurales o marginadas, donde el acceso a la información puede ser limitado.
Sin embargo, el enfoque innovador del programa y su énfasis en la inclusión lo posicionan como un modelo que podría marcar un antes y un después en la gestión de la salud pública en México.
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