En los pasillos de los planteles de la UNAM, los celulares son parte del paisaje cotidiano. Están en las mochilas, en las manos, en los pupitres y hasta en los recreos. Pero detrás de esa aparente destreza tecnológica, los especialistas advierten una paradoja: los jóvenes saben usar sus teléfonos, pero no saben aprovecharlos para aprender.
Marina Kriscautzky, directora de Innovación en Tecnologías para la Educación de la UNAM, encendió las alarmas al señalar que todos los estudiantes de bachillerato de la institución tienen un teléfono celular, pero muestran una “dependencia tecnológica muy grave” y una preocupante disminución de habilidades digitales esenciales para el estudio.
Del uso recreativo al déficit digital
Desde 2012, la UNAM aplica el Ticómetro, una evaluación anual que mide el perfil digital de los alumnos de sus 14 planteles de bachillerato. Los resultados más recientes revelan una tendencia inquietante: el 65 % tiene un nivel intermedio en habilidades TIC, el 30 % alcanza nivel avanzado y menos del 1 % llega al nivel experto.
El estudio muestra que tener acceso a un teléfono no garantiza una mejora en el aprendizaje. Los estudiantes dominan redes sociales, saben conectarse al Wi-Fi y utilizar aplicaciones de mensajería, pero fallan al procesar información, crear hojas de cálculo, editar contenido multimedia o analizar datos.
La inteligencia artificial agrava el reto
Antes del auge de la inteligencia artificial, los jóvenes habían mejorado su capacidad para verificar fuentes y distinguir información confiable. Sin embargo, Kriscautzky advierte que con herramientas como ChatGPT esa habilidad puede volver a decaer.
Los alumnos ahora acceden fácilmente a respuestas inmediatas, pero pierden el hábito de razonar, contrastar y producir conocimiento propio. “Los jóvenes consumen información, pero no la generan”, advierte la especialista. Esta dinámica, combinada con la distracción constante de las redes sociales, reduce su capacidad de concentración y decisión.
El mito del “chip integrado”
Durante años, se ha repetido la idea de que las nuevas generaciones nacen con un “chip tecnológico”, capaces de adaptarse a cualquier dispositivo sin dificultad. Pero los datos desmienten ese mito. Según la UNAM, el dominio superficial de los celulares no se traduce en competencias digitales académicas.
Saber usar TikTok, mandar mensajes o actualizar una app no implica saber aplicar fórmulas en Excel o analizar un gráfico estadístico. La diferencia entre uso recreativo y uso educativo de la tecnología es, justamente, el punto débil de esta generación digital.
El costo invisible: concentración, creatividad y aprendizaje
El estudio revela que la exposición prolongada a pantallas también impacta la atención. Muchos jóvenes pasan horas frente al celular sin desarrollar habilidades de interpretación o pensamiento crítico. El exceso de estímulos genera fatiga cognitiva, lo que afecta la retención de información y la creatividad.
Para la UNAM, el desafío no es prohibir la tecnología, sino enseñar a los alumnos a usarla con propósito. La clave está en “tomar el mando de la tecnología y no quedar atrapados en ella”. La institución impulsa proyectos de alfabetización digital para equilibrar el entretenimiento con el aprendizaje.
De usuarios pasivos a productores de conocimiento
La dependencia tecnológica no es irreversible. Los expertos coinciden en que fomentar la creación digital, el pensamiento crítico y la resolución de problemas permitirá que los jóvenes pasen de ser consumidores a productores de conocimiento.
La UNAM trabaja en estrategias educativas que integren el uso de IA y recursos digitales, pero desde un enfoque consciente y formativo. En la era de la información, dominar la tecnología no significa saber usarla: significa entenderla, transformarla y ponerla al servicio del aprendizaje.
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