Este viernes, Anchorage, Alaska, se convierte en escenario de un nuevo capítulo en la relación entre Donald Trump y Vladimir Putin. Será la primera vez que se vean desde el regreso de Trump a la Casa Blanca, y la cita llega cargada de simbolismo: un estado que fue territorio ruso hasta 1867, ahora convertido en el telón de fondo para discutir la guerra en Ucrania.
El objetivo oficial es claro: explorar un posible alto el fuego que detenga la escalada bélica. Pero detrás de las cámaras, lo que está en juego es mucho más que eso: es el rumbo de una relación marcada por giros bruscos, elogios, tensiones y un tablero geopolítico que podría redefinir la política internacional.
Un inicio marcado por la simpatía
La historia entre ambos líderes comenzó antes de que coincidieran como mandatarios. En la campaña de 2016, Trump no ocultaba su admiración por Putin, calificándolo de “líder fuerte y astuto”. Desde Moscú llegaron palabras recíprocamente favorables, aunque en Washington crecía la desconfianza.
Esa percepción se intensificó cuando las agencias de inteligencia estadounidenses concluyeron que Rusia intervino en las elecciones para favorecerlo. El telón de fondo: la investigación de Robert Mueller, que durante dos años examinó la supuesta coordinación entre la campaña de Trump y el Kremlin.
Momentos que marcaron su primer mandato
En Helsinki 2018, Trump sorprendió al poner en duda las conclusiones de sus propios servicios de inteligencia sobre la injerencia rusa, lo que generó críticas incluso dentro de su partido. Otros episodios, como su apretón de manos prolongado en la cumbre del G-20 en 2017 o su tono jocoso en Osaka 2019 (“no se meta en las elecciones”), reforzaron la percepción de indulgencia hacia Moscú.
La guerra que lo cambió todo
La invasión rusa de Ucrania en 2022 cambió radicalmente el panorama. Ya fuera del poder, Trump calificó la guerra de “ridícula” y prometió que, de ser presidente, la resolvería rápido. En 2024, esa promesa se convirtió en parte central de su campaña.
Ahora, de vuelta en el poder, ha buscado avances: facilitó un alto el fuego parcial en marzo, lanzó advertencias públicas a Putin en abril y endureció el tono en julio, sin dejar de subrayar que mantiene una “muy buena relación” con él.
Lo que está en juego en Alaska
Putin llega con control de territorios clave en el este de Ucrania, mientras Trump presiona para cerrar un acuerdo rápido. El dilema es evidente: una paz inmediata podría implicar concesiones territoriales, pero prolongar la guerra debilitaría a Kiev y desgastaría a Occidente.
En la agenda, además de la guerra, figura un ciberataque atribuido a actores rusos contra el sistema judicial estadounidense. Trump ha insinuado que podría confrontar a Putin directamente sobre el tema.
Entre la teatralidad y la estrategia
La elección de Alaska no es casual. Su historia como territorio ruso y su ubicación estratégica refuerzan el mensaje de que las fronteras y alianzas son cambiantes. Para Trump, la reunión es una oportunidad para reforzar su imagen como el único capaz de frenar la guerra. Para Putin, es la ocasión de mostrar que, incluso bajo presión, Rusia sigue siendo un actor clave en el tablero global.
Este encuentro no solo busca un acuerdo de paz internacional, sino que pone a prueba la relación personal y política entre dos líderes que han pasado de la admiración a la desconfianza. Lo que ocurra en Alaska podría marcar el rumbo no solo de la guerra en Ucrania, sino de la diplomacia mundial en los próximos años.


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