Los ciudadanos naturalizados de Estados Unidos están experimentando un clima de miedo que no habían sentido en décadas. Lo que alguna vez se percibió como una protección definitiva —la ciudadanía— hoy parece, para muchos, una condición frágil, susceptible de reinterpretación política.
La historia de Dauda Sesay es prueba viva de ello. Llegó a Estados Unidos tras escapar de la guerra civil en Sierra Leona, después de pasar casi diez años en un campo de refugiados. Lo que lo empujó a solicitar la ciudadanía fue la promesa de pertenencia:
“Cuando levanté la mano y presté juramento de lealtad, creí en la promesa de que pertenecía”, recuerda.
Durante más de quince años vivió convencido de que el pasaporte estadounidense lo protegía. Pero ahora, esa certeza se tambalea.
Un país que cambia las reglas sobre la marcha
En los últimos meses, el presidente Donald Trump ha impulsado cambios estratégicos en materia de inmigración, generando temor entre miles de ciudadanos naturalizados. Las iniciativas para aumentar deportaciones, la intención de eliminar la ciudadanía por nacimiento y los mensajes que redefinen quién pertenece al país han creado un ambiente de profunda inseguridad jurídica.
Líderes comunitarios reportan que personas que antes se sentían seguras ahora viven con miedo.
“Nunca había visto a esas personas tener miedo… ahora no están seguras de qué les depara su situación”, afirma Nava, defensora de derechos migratorios.
Ese miedo no surge de la nada: la historia estadounidense demuestra que la ciudadanía no siempre ha sido una garantía inquebrantable. De hecho, sus criterios se modificaron repetidas veces.

La historia de la ciudadanía estadounidense: inclusión, exclusión y conflicto
La ciudadanía en Estados Unidos ha sido, desde el principio, ambigua. Aunque aparece mencionada en la Constitución original, no fue claramente definida. Stephen Kantrowitz, profesor de historia en la Universidad de Wisconsin-Madison, explica que la idea surgió de la tradición revolucionaria francesa: un término técnico que implicaba pertenencia y supuesta igualdad.
Pero en la práctica, la ciudadanía estuvo restringida. La primera Ley de Naturalización de 1790 solo permitía la ciudadanía a “personas blancas libres y de buena reputación”. La inclusión de personas de origen africano surgió tras la Guerra Civil con la 14ª Enmienda, que garantizó la ciudadanía por nacimiento.
Más tarde, en 1924, una ley migratoria prohibió la entrada de inmigrantes asiáticos, pues al no ser “blancos”, no podían naturalizarse. Su restricción duró hasta 1952.
Incluso hay episodios en los que la ciudadanía fue retirada deliberadamente. El caso Bhagat Singh Thind (1923) terminó con la revocación de la ciudadanía de varios inmigrantes indios. Y durante la Segunda Guerra Mundial, los estadounidenses de origen japonés fueron internados en campos de concentración pese a su ciudadanía.
La conclusión de Kantrowitz es contundente:
“A veces, el poder político simplemente decide que un grupo de personas no tiene derecho a la ciudadanía”.
El sueño que se fractura a la mitad
Para Dauda Sesay, ese razonamiento histórico deja de ser teoría cuando empieza a sentirlo en su propia vida. En la mitad de su testimonio, el concepto de ciudadanos naturalizados aparece como una línea que separa lo prometido de lo vivido. El juramento que alguna vez le dio sentido de pertenencia ahora parece una formalidad vacía.
“Estados Unidos de América: a eso juré lealtad”, dice Sesay. “Pero hoy veo un cambio… y no es la América en la que creo cuando me pongo la mano en el corazón”.
Esa sensación de traición encapsula lo que viven miles de inmigrantes naturalizados: el temor de que, aun con todos los requisitos cumplidos, su lugar en el país pueda cambiar de un día para otro.
Un futuro incierto para quienes ya eran parte del país
La evolución de la política migratoria bajo Trump no solo afecta a quienes buscan un estatus legal. También impacta emocionalmente a quienes ya lo habían alcanzado. La duda sobre si la ciudadanía puede ser cuestionada crea una vulnerabilidad invisible y profunda.

Organizaciones migrantes advierten que esta percepción puede erosionar la confianza en las instituciones y generar aislamiento social en comunidades antes integradas.
Una ciudadanía en riesgo emocional y jurídico
En un contexto donde el significado de pertenecer puede ser alterado por decisiones políticas, los ciudadanos naturalizados ven tambalear una base que creían sólida. Su miedo no es irracional: la historia muestra que la ciudadanía ha sido reinterpretada, restringida e incluso retirada.
Mientras las políticas migratorias sigan endureciéndose, la incertidumbre seguirá creciendo. Y al final, el futuro de los ciudadanos naturalizados dependerá de si Estados Unidos decide reafirmar la promesa que les hizo… o reescribirla una vez más.


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