Han pasado más de dos años desde que la mano de Will Smith impactó el rostro de Chris Rock y, de paso, hizo estallar su propia carrera. Desde entonces, el actor ha estado ejecutando una de las operaciones de relaciones públicas más delicadas y calculadas de la historia reciente de Hollywood. Su regreso con la taquillera «Bad Boys: Ride or Die» parece un éxito, pero la pregunta clave persiste: ¿Ha comprado Hollywood su redención o simplemente ha aceptado su rentabilidad?
¿Es el éxito de «Bad Boys» un perdón real?
El manual de crisis de Hollywood dicta un camino: silencio, una disculpa pública cuidadosamente elaborada, un periodo de exilio y un regreso gradual con un proyecto seguro. Will Smith ha seguido este guion al pie de la letra. «Bad Boys» era la apuesta perfecta: una franquicia querida, basada en la acción y la comedia, que depende más de la nostalgia y la química con Martin Lawrence que de la integridad moral de su protagonista. El público ha respondido en la taquilla, sí, pero esto no es un referéndum sobre el perdón. Es un testamento al poder del marketing y al deseo de la audiencia por el entretenimiento familiar y predecible. El verdadero análisis está en los pasillos de los estudios: ¿Le ofrecerán ahora los papeles dramáticos y prestigiosos que definían su estatus de superestrella? ¿O ha quedado relegado a ser una estrella de acción rentable pero «problemática»? La bofetada no le costó su capacidad de generar dinero, pero pudo haberle costado su alma artística.
¿Por qué la sombra de la bofetada no se borra?
El incidente de los Oscar no fue un simple arrebato; fue una impactante demostración de poder y fragilidad en el escenario más grande del mundo. Will Smith, el hombre que construyó un imperio basado en una imagen de afabilidad y control, perdió ese control de la manera más pública posible. Rompió el contrato no escrito con su audiencia. Aunque se ha disculpado y ha hablado de «terapia» y «crecimiento personal», el acto en sí mismo permanece como una imagen indeleble. Simboliza un momento en que el privilegio y el ego eclipsaron el profesionalismo. Hollywood puede que vuelva a trabajar con él por dinero, pero la confianza, ese activo intangible que lo convirtió en el «Príncipe de Bel-Air» del mundo, está fracturada. Cada nuevo proyecto, cada entrevista, será inevitablemente vista a través del filtro de ese momento.
La carrera de Will Smith no ha terminado, pero se ha transformado. Ha pasado de ser el rey intocable a ser un activo de alto riesgo y alta recompensa. Su redención no se medirá en dólares, sino en el tipo de historias que Hollywood se atreva a confiarle en el futuro.
«Mas Chisme» seguirá vigilando el verdadero pulso de su estatus en la élite del poder.
TE PODRÍA INTERESAR