Ningún personaje de la televisión reciente ha provocado una fractura tan violenta y visceral como Abby Anderson en la segunda temporada de The Last of Us. Tras los eventos que culminaron la aclamada adaptación de HBO, las redes sociales se convirtieron en un campo de batalla. Pero el odio masivo dirigido hacia Abby no es solo una reacción a un giro argumental impactante; es un síntoma de nuestro profundo rechazo a la lección más incómoda y madura que la serie nos obliga a enfrentar: la empatía es un arma de doble filo y nadie es el villano en su propia historia.
El debate no es si la acción de Abby fue justificada o no. El debate es por qué, como audiencia, nos resistimos tan ferozmente a caminar en sus zapatos, incluso cuando la narrativa hace todo lo posible por llevarnos de la mano. La respuesta revela más sobre nosotros que sobre el personaje.
La Destrucción del Héroe: Un Pecado que no Perdonamos
El primer y más grande obstáculo es emocional. Pasamos toda una temporada (y para muchos, todo un juego) creando un vínculo inquebrantable con Joel Miller. Él era la figura paterna sustituta, el protector en un mundo salvaje. Su brutal asesinato a manos de Abby no fue solo la muerte de un personaje; fue un ataque directo a la estructura emocional del espectador. La serie nos hizo amar a Joel, con todos sus defectos, y luego nos obligó a ver su destrucción desde una perspectiva ajena e implacable.
El guion de Craig Mazin y Neil Druckmann comete el «pecado» narrativo de quitarle el poder al espectador. Nos obliga a seguir la historia de la «villana», a conocer su pasado, sus amigos, sus miedos y, lo más importante, su motivación. Descubrimos que su padre fue el cirujano que Joel mató en el hospital de Salt Lake City para salvar a Ellie. Abby no es una psicópata aleatoria; es la protagonista de su propia historia de venganza, una historia que corre paralela a la de Ellie. La serie nos grita que el ciclo de violencia tiene dos caras, pero muchos espectadores se tapan los oídos. Odiar a Abby es más fácil que aceptar la complicidad de Joel.
El Espejo Incómodo: Abby es el Reflejo de Ellie (y de Joel)
El verdadero genio y la causa del rechazo masivo hacia Abby es que ella es un espejo. Sus acciones, su brutalidad y su eventual búsqueda de redención la convierten en un reflejo oscuro de lo que Ellie se está convirtiendo y de lo que Joel ya era. Abby, al igual que Joel, es capaz de una violencia extrema para proteger a los suyos (como vemos en su relación con Lev y Yara). Pierde a su figura paterna y dedica su vida a la venganza, exactamente el mismo camino que Ellie emprende.
Odiar a Abby es, en cierto modo, una forma de negar las fallas morales de nuestros héroes. Si aceptamos que la motivación de Abby es válida (la búsqueda de justicia por la muerte de su padre), entonces debemos aceptar que la acción de Joel al final de la primera temporada fue, desde otra perspectiva, un acto de terrorismo egoísta. La serie nos confronta con la idea de que no existen los «buenos» y los «malos», solo personas fracturadas tomando decisiones desesperadas en un mundo roto.
El rechazo a Abby es el rechazo a la ambigüedad moral. Es el deseo de un mundo simple, de héroes puros y villanos malvados. Pero The Last of Us nunca fue esa historia. Su mensaje siempre fue que el amor más feroz puede conducir a los actos más monstruosos. Abby no es la antítesis de Ellie; es su destino, su advertencia. Y odiarla es, quizás, la prueba más clara de que hemos entendido, pero nos negamos a aceptar, su desoladora verdad.


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