La crisis solar en España no nació por falta de sol ni por ausencia de inversión, sino por todo lo contrario. El país alcanzó este verano un récord histórico: más de 10.500 GWh mensuales generados por sol y viento, un hito que hace apenas una década parecía imposible. España pasó de ser rezagada energética a convertirse en referente europeo. Sin embargo, el éxito llegó más rápido que la capacidad de gestionarlo.
Hoy, la crisis solar en España es un caso de estudio internacional sobre cómo la transición energética puede torcerse si no avanza al mismo ritmo que la infraestructura.
El desplome silencioso del valor solar
Para los propietarios de parques solares, la situación es alarmante. La sobreoferta de electricidad ha hundido los precios del mercado hasta niveles que comprometen la viabilidad del negocio. En menos de un año, la valoración de las plantas operativas cayó cerca de un 30%, pasando de 916.000 euros por megavatio a apenas 648.000.
El fenómeno ha dado lugar a un mercado de liquidación. Proyectos “listos para construir”, con permisos y terrenos asegurados, se ofrecen por valores simbólicos para evitar sanciones administrativas. No es una exageración: algunos han llegado a anunciarse por un euro. Así, lo que fue una historia de crecimiento acelerado se ha transformado en una crisis de saturación que sacude al sector.
Crisis solar en España y el cuello de botella eléctrico
La gran paradoja es evidente: si sobra energía, ¿por qué la factura eléctrica no baja de forma estructural? La respuesta está en la red. España invierte apenas 30 céntimos en redes eléctricas por cada euro destinado a renovables, menos de la mitad de la media europea. La infraestructura no creció al ritmo de los paneles.
Este desequilibrio se agravó tras el apagón del 28 de abril, cuando el operador del sistema activó un modo de seguridad reforzado. Para estabilizar la tensión, se recurrió de forma constante a centrales de gas, más caras y menos eficientes. El coste adicional superó los mil millones de euros y terminó trasladándose a los consumidores.
Mientras tanto, el curtailment —energía limpia que se desperdicia— se disparó del 1,8% al 7,2% en pocos meses. Electricidad producida, pagada y simplemente tirada.
La carrera por sobrevivir a la abundancia
Ante este escenario, la industria dejó de obsesionarse con instalar más paneles. El nuevo objetivo es resistir. La gran apuesta es el almacenamiento mediante baterías, que permite guardar energía cuando el precio es cero o negativo y venderla cuando la demanda repunta.
Los contratos PPA también ganan protagonismo. Grandes tecnológicas firman acuerdos a largo plazo para alimentar centros de datos, aunque los precios presionan peligrosamente el umbral de rentabilidad. Paralelamente, España busca exportar su excedente con proyectos de interconexión, como el cable submarino con Irlanda previsto para 2030.
En el plano regulatorio, el rechazo de reformas clave obligó al Gobierno a explorar incentivos alternativos para microrredes y tecnologías de estabilización, esenciales para que las baterías actúen como centrales tradicionales.
Una factura atrapada entre previsiones
El impacto final para los hogares es incierto. La retribución de las redes subirá un 4,1%, alcanzando más de 6.600 millones de euros. Aunque se prevén ligeras bajadas en peajes, todo depende de que la demanda crezca como esperan las autoridades. Si no ocurre, el sistema podría volver a generar déficit, un fantasma que España tardó más de una década en eliminar.
Para quienes apostaron por el autoconsumo, el apagón dejó una lección clara: solo un tercio de las instalaciones domésticas cuenta con baterías. Sin ellas, los paneles se desconectan automáticamente durante cortes generales, dejando al usuario sin electricidad pese a tener sol disponible.
El laboratorio energético europeo
La crisis solar en España no es un fracaso, sino una advertencia. El país demostró que se puede expulsar al carbón del sistema eléctrico, algo impensable hace años. Pero también evidenció que la abundancia sin gestión es ineficiente.
El reto ya no es producir más, sino aprovechar mejor. Modernizar la red, invertir en almacenamiento y flexibilizar el sistema marcarán el verdadero éxito de la transición. Porque, al final, la crisis solar en España no se resolverá con más sol, sino con más cables, más baterías y una visión integrada que permita transformar cada rayo en valor real para la sociedad.


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