Hay un tipo de silencio que solo entiende quien ha perdido a su madre. Un vacío que no se llena con palabras, pero que se puede habitar con recuerdos. En el Día de las Madres, para muchos, la celebración se convierte en un momento de nostalgia, de homenaje y de gratitud.
Antonia Flores, de 62 años, perdió a su madre hace una década. “Cada 10 de mayo le escribo una carta, le cuento lo que ha pasado en el año, le hablo de mis nietos, de mis miedos. No sé si me escucha, pero me hace bien».
Muchas personas encuentran consuelo en rituales personales: encender una vela, visitar su tumba, preparar su platillo favorito, ver sus fotos, escuchar la música que le gustaba. Cada gesto es una forma de seguir conectados.
Guadalupe Angulo, de 34 años, grabó un podcast donde lee poemas que su madre escribió en su juventud. “Es mi forma de que su voz siga presente, aunque ya no esté aquí”, comenta.
Recordar a una madre es revivir muchas primeras veces: el primer día de escuela, el primer corazón roto, la primera vez que sintió miedo por ti. Y es también encontrar su presencia en cosas simples: una frase que repites, una receta que haces igual que ella, un olor que te transporta a casa.
La psicóloga Silvia Mendoza explica que “el duelo por una madre nunca termina del todo, pero puede transformarse en algo que nos acompaña con ternura”. Hablar de ellas, contar sus historias, compartir lo que nos dejaron, es también una forma de celebrarlas.
Mendoza sugiere que, este 10 de mayo, quienes ya no tienen a su mamá físicamente pueden recordarla desde el amor. Porque, aunque falte el abrazo, nunca falta la huella que dejaron en nuestra vida.
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