La masacre en una fiesta en Irapuato dejó 12 muertos y 19 heridos. Esta es la crónica del horror y el costo humano de una violencia que no da tregua en México.
La música sonaba y las familias bailaban en una fiesta patronal en Irapuato. Minutos después, el terror. Un comando armado abrió fuego indiscriminadamente, dejando 12 muertos y 19 heridos. Esta es la historia de cómo la violencia borró la frontera con la vida civil.
La noche del martes, la colonia Barrio Nuevo de Irapuato celebraba a su santo patrono, San Juan. La calle Bustamante era un hervidero de vida: música, baile, niños corriendo y familias compartiendo. Era una escena cotidiana en el corazón de México. Pero la normalidad se hizo añicos poco antes de las 11 de la noche, cuando el sonido de las ráfagas de metralleta silenció la cumbia. Un grupo de sicarios irrumpió en la fiesta y abrió fuego contra la multitud.
El resultado fue una carnicería. Cuerpos caídos entre sillas de plástico y puestos de comida. El saldo oficial: 12 personas asesinadas y 19 heridas, varias de ellas de gravedad, lo que podría aumentar la cifra de víctimas mortales en las próximas horas.
La masacre no ocurrió en una zona despoblada o en un ajuste de cuentas en la periferia. Sucedió en un barrio céntrico, a la vista de todos, transformando una celebración comunitaria en un escenario de terror masivo.
La Realidad vs. la Narrativa Oficial
En una primera reacción, la presidenta Claudia Sheinbaum calificó el hecho como un «enfrentamiento». Sin embargo, los videos grabados por los propios vecinos y los testimonios de los sobrevivientes y periodistas en la escena pintan una imagen muy diferente: no hubo un enfrentamiento, fue una
«matanza indiscriminada». Los agresores llegaron, dispararon contra gente desarmada que solo bailaba, y huyeron con total impunidad.
: «No es un enfrentamiento, lo que dijo la presidenta no era una información correcta. Es un ataque directo sobre gentes desarmadas. Las imágenes son brutales, vemos niños bailando, adolescentes bailando, familias», señaló el periodista Arnoldo Cuéllar, quien ha cubierto la violencia en Guanajuato por años.
La hipótesis que manejan las fuentes policiales es que el ataque iba dirigido contra uno o dos presuntos narcomenudistas que se encontraban en la fiesta. Pero esta explicación, lejos de minimizar el hecho, lo agrava. Demuestra una brutalidad y un desprecio por la vida civil que se ha vuelto la norma en la guerra por el control de territorios.
La Violencia se «Democratiza»: Nadie Está a Salvo
La masacre de Irapuato es un síntoma aterrador de un fenómeno que carcome a México: la «democratización» de la violencia. La línea que separaba al mundo criminal de la sociedad civil se ha borrado por completo. La violencia del narcotráfico ya no se limita a enfrentamientos entre sicarios o ataques a objetivos específicos; ha permeado el tejido social, convirtiendo cualquier espacio público —un bar, un restaurante, una iglesia o una fiesta patronal— en un potencial campo de batalla.
El mensaje implícito en un ataque como este es devastador. Ya no basta con «no andar en malos pasos» para estar a salvo. La lógica de «iban por uno, pero mataron a doce inocentes» revela que los grupos criminales han abandonado cualquier código o límite. Están dispuestos a cometer masacres para eliminar a un rival, sin importar el costo humano.
Esta realidad transforma la vida cotidiana. Impone un toque de queda no oficial, siembra la desconfianza y destruye el espacio público, que es el fundamento de la vida en comunidad. El riesgo ya no es solo para quien está involucrado, sino para cualquiera que esté en el lugar y el momento equivocados. La tragedia de Irapuato no es un hecho aislado en Guanajuato; es un espejo de lo que ocurre en muchas regiones del país, una crónica de una masacre anunciada en un México donde la paz parece una utopía cada vez más lejana.
¿Qué debe hacer el Estado para proteger a los ciudadanos inocentes atrapados en medio de la guerra entre grupos criminales?


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