La violencia en Nuevo León ha cruzado una vez más la línea más sagrada, la de la infancia. La noche de este miércoles, dos pequeños hermanos, de tan solo 7 y 9 años, fueron heridos de bala durante un ataque armado dirigido a su vivienda en la colonia Los Sabinos, en Guadalupe. Este trágico suceso evidencia la aterradora normalización de la violencia, que ya no distingue entre sus víctimas.
La noche del miércoles 23 de julio se convirtió en una pesadilla para una familia de la colonia Los Sabinos. Según los reportes policiales, sujetos armados, presuntamente a bordo de una motocicleta, abrieron fuego directamente contra un domicilio de la zona. En otras versiones, se indica que los agresores irrumpieron por la fuerza en la vivienda.
En medio del ataque, dos niños, hermanos de 7 y 9 años, fueron alcanzados por las balas mientras se encontraban en el lugar. En un acto desesperado, familiares y vecinos los auxiliaron y trasladaron de inmediato a una clínica privada, desde donde posteriormente fueron canalizados al Hospital Materno Infantil para recibir atención especializada.
Elementos de la policía municipal y agentes ministeriales acordonaron la escena del crimen para iniciar las investigaciones correspondientes y recabar pruebas que permitan identificar a los responsables de este atroz acto.
Una infancia bajo fuego
Este ataque no es un evento aislado, sino parte de un patrón de violencia cada vez más preocupante que afecta a los menores de edad en Nuevo León. Reportes periodísticos señalan que el año 2024 fue el más mortífero para niños y adolescentes en la historia reciente del estado, y los incidentes no cesan.
La violencia criminal parece haber borrado cualquier «código» no escrito que en el pasado pudiera haber protegido a los más vulnerables. El hogar, que debería ser el santuario más seguro, se ha convertido en un campo de batalla donde los niños son las víctimas colaterales, o a veces incluso directas, de las disputas entre grupos delictivos.
La deuda de la sociedad con sus niños
Cada bala que hiere a un niño es un fracaso para toda la sociedad. Este incidente en Guadalupe es un recordatorio brutal de la urgencia de replantear las estrategias de seguridad, no solo para combatir el crimen, sino para proteger activamente a la infancia de sus devastadoras consecuencias.
Mientras dos pequeños luchan por recuperarse de heridas físicas y psicológicas que ningún niño debería experimentar, la comunidad exige respuestas y, sobre todo, acciones contundentes. La paz y la seguridad de los niños no pueden seguir siendo una estadística más en los reportes de violencia.
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