Hace unos días, Ernesto Zedillo, expresidente de México, reapareció en el escenario público con una declaración contundente: México ha perdido su carácter democrático. Este mensaje, que a primera vista puede parecer alarmista, nos invita a reflexionar sobre la verdadera naturaleza de la democracia en el país y el rol de los ciudadanos en su construcción.
¿Qué entendemos por democracia?
La mayoría de nosotros hemos crecido con una visión limitada de la democracia: votar cada tres o seis años y dejar que los gobiernos manejen los problemas mientras nosotros seguimos con nuestras vidas. Sin embargo, la democracia no termina al cerrar las casillas. Como ciudadanos, nuestro poder no se activa solo en elecciones; se ejerce todos los días mediante la vigilancia, la exigencia de transparencia y la rendición de cuentas.
La democracia bien entendida incluye:
- Responsabilidad ciudadana: Monitorear el trabajo de nuestros representantes.
- Distribución del poder: Evitar la concentración en una sola figura o institución.
- Participación activa: Usar herramientas como el acceso a la información para evaluar decisiones públicas.
La democracia no es un regalo que recibimos cada seis años, sino un esfuerzo constante por mantener equilibrados los poderes y garantizar que las decisiones beneficien a la mayoría.
¿Qué dijo Zedillo y por qué importa?
Ernesto Zedillo señaló que las recientes decisiones del gobierno mexicano están centralizando el poder en el Ejecutivo, algo que va en contra del principio democrático de la división de poderes. La desaparición de órganos desconcentrados, la reforma al Poder Judicial y la transformación del CONACYT en una secretaría son ejemplos que ilustran esta tendencia.
Aunque Zedillo representa un régimen que simboliza prácticas que muchos intentan superar, su mensaje no debe ser descartado. Nos enfrenta a una pregunta clave: ¿Estamos realmente avanzando hacia una democracia plena o simplemente repitiendo patrones del pasado?
México y la democracia: ¿hacia dónde vamos?
La narrativa oficial de la Cuarta Transformación prometía romper con las malas prácticas del pasado, pero los hechos recientes sugieren un retorno a la centralización del poder. Esto es preocupante, porque México ha tenido una larga historia de autoritarismo disfrazado de democracia.
Paralelismos con el pasado:
- Centralización del poder: Una práctica recurrente del PRI durante décadas.
- Ausencia de contrapesos: Los órganos autónomos, diseñados para garantizar la transparencia, han sido debilitados o desaparecidos.
- Ciudadanía pasiva: Una cultura política que limita la participación ciudadana a las elecciones.
El desafío ciudadano: asumir nuestro poder
Si queremos romper este ciclo, necesitamos cambiar nuestra percepción y acción en torno a la democracia:
- Dejar de ser espectadores: No basta con votar; debemos exigir cuentas constantemente.
- Aprovechar las herramientas disponibles: Transparencia, acceso a la información y participación en decisiones locales.
- Fortalecer la educación cívica: Enseñar desde la infancia que la democracia es un esfuerzo colectivo y continuo.
Al igual que el «poder del pueblo» conlleva derechos, también implica responsabilidades. Sin una ciudadanía activa, cualquier sistema puede derivar en autoritarismo, independientemente de las promesas iniciales.
¿Estamos atrapados en un ciclo?
Es difícil ignorar la sensación de que México está atrapado en un bucle histórico. La transición del PRI al PAN, y del PAN a Morena, no ha significado una transformación significativa en cómo se entiende y practica la democracia.
El mensaje de Zedillo, más allá de sus implicaciones políticas, nos obliga a enfrentar una realidad incómoda: si no cambiamos nuestra relación con el poder, seguiremos en un laberinto donde todos los caminos llevan al mismo lugar.
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