Las protestas en COP30 comenzaron como una marea de voces diversas que descendió sobre Belém, Brasil. Bajo un sol intenso, miles de personas —indígenas, activistas, jóvenes, científicos, familias enteras— caminaron hacia las inmediaciones del Parque da Cidade, donde se desarrollaba la conferencia climática más importante del mundo.
Esa mañana, el aire se sentía eléctrico. Las calles vibraban con tambores y consignas reclamando algo simple y urgente: que los líderes del planeta dejaran de aplazar decisiones críticas para enfrentar el calentamiento global. Porque, para quienes marcharon, la COP30 no es un evento diplomático: es la última oportunidad de evitar un daño irreversible.
Protestas en COP30 — la presión social que exige frenar el calentamiento global
La multitud avanzó unida. Entre ellos destacó la líder indígena Txai Suruí, figura central en las últimas cumbres climáticas, exigiendo que no hubiera “retrocesos” y que se cumplieran las promesas hechas por los países.
Las demandas eran claras:
- Proteger la Amazonía
- Detener la expansión de combustibles fósiles
- Dar mayor voz a los pueblos indígenas
- No excluir a comunidades afectadas del proceso de decisión
Con una bandera brasileña gigante que decía “Amazonía protegida”, los manifestantes dejaban claro que la COP30 no podía repetirse como las tres ediciones anteriores, donde la sociedad civil apenas pudo salir a la calle.
A lo largo de la marcha, participantes cargaron tres tumbas simbólicas para “enterrar” el petróleo, el gas y el carbón. Un mensaje visual que resumía décadas de lucha ambientalista.
La crisis de representación: voces excluidas dentro de la COP30
Pese a que Brasil logró iniciar la conferencia con consenso, las negociaciones permanecían estancadas.
Las tensiones internas se hicieron visibles cuando pueblos indígenas chocaron con las fuerzas de seguridad que custodiaban el área restringida.
Después de la intervención de la ONU, la seguridad fue reforzada dentro y fuera del recinto, alimentando la sensación de aislamiento entre comunidades afectadas.
El viernes, un grupo indígena forzó una reunión con el presidente de la COP30, André Corrêa do Lago. Exigieron mayor representación, protección territorial y que el diálogo no fuera solo una formalidad diplomática.
Figuras como Naraguassu Pureza da Costa denunciaron que la conferencia, tal como funciona ahora, es “una invasión moderna”, donde el capital extranjero y las multinacionales toman decisiones sobre territorios ajenos.
A mitad de la historia, las protestas en la COP30 exponen un sistema al borde del colapso
A la mitad de este proceso, las protestas en la COP30 revelan un clima político tenso:
Los países siguen firmes en sus posturas, no hay avances en financiamiento climático, ni en metas de reducción de emisiones ni en transparencia.
Brasil, como anfitrión, busca desbloquear discusiones, pero enfrenta desacuerdos profundos sobre:
- Cuánto deben financiar los países ricos
- Cómo reducir la dependencia de energías fósiles
- Qué criterios se usarán para medir avances
- Cómo lidiar con barreras comerciales
- Qué papel tendrán los ministros en la fase final de negociaciones
Un negociador africano lo resumió con crudeza:
“Si nadie cede, esta será una COP vacía”.
La fuerza social detrás de la movilización
Las protestas no solo fueron ambientales. También ondearon banderas palestinas, visibilizando luchas globales por justicia y derechos humanos.
Organizaciones como War on Want denunciaron que muchas voces clave han sido excluidas del proceso. Para ellos, la calle es el único espacio donde pueden ser escuchados.
Los movimientos ecológicos reconocen que esta COP está marcada por una desconfianza profunda:
La gente siente que el sistema internacional negocia sin considerar a quienes sufren directamente los efectos climáticos.
Las protestas en la COP30 son un mensaje claro de que el tiempo se agotó
Al final del día, las protestas en la COP30 no fueron solo una marcha: fueron la manifestación de un planeta agotado de promesas rotas.
Brasil, la Amazonía, los pueblos indígenas y la comunidad global reclaman lo mismo: acciones reales, inmediatas y sin retrocesos.El futuro del clima depende de ello.
Y por eso, al cerrar esta nota, vuelve a resonar la palabra clave que abrió la historia: protestas en la COP30.


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