En Nicaragua, un saludo entre vecinos ya no significa confianza, sino sospecha. La dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo ha tejido un sistema de espionaje tan profundo que convierte a cada ciudadano en posible delator. La consigna es clara:
“todos vigilan a todos”.
Según una encuesta de Hagamos Democracia, el 92% de los nicaragüenses se siente vigilado. La desconfianza recorre calles, aulas y centros de trabajo. Los Consejos de Liderazgo Sandinista (CLS) son señalados como los principales operadores de este control vecinal.
La red de vigilancia ciudadana
En cada barrio, los CLS registran movimientos, reportan críticas al régimen y presionan para participar en marchas partidarias. El Grupo de Expertos en Derechos Humanos sobre Nicaragua (GHREN) de la ONU advierte que estas estructuras alimentan a un engranaje que incluye sindicatos oficialistas, Juventud Sandinista y entidades estatales.
La vigilancia no se limita al vecindario: en escuelas, hospitales, ministerios y oficinas públicas, docentes y compañeros de trabajo son forzados a reportar opiniones, amistades y hasta conversaciones privadas.
Historias de coerción y miedo
Un caso documentado revela cómo una mujer fue llevada a la Cárcel Modelo, amenazada y liberada solo después de firmar un “compromiso voluntario” para espiar a vecinos y familiares. Desde entonces, cada semana recibe llamadas de oficiales de inteligencia con preguntas sobre su entorno.
Estas historias muestran la forma en que el régimen transforma a opositores en espías bajo amenaza de cárcel o represalias contra sus familias.
La orden política: vigilancia revolucionaria
El propio Ortega lo dejó claro en su discurso del 19 de julio de 2025: “para que no quede espacio a los terroristas, todos deben vigilar”. Rosario Murillo había fijado la línea desde 2023:
“Ni una mosca debe volar sin que lo sepamos”.
La instrucción convirtió la vigilancia en doctrina de Estado. Desde Telcor hasta el Ministerio de Salud, todas las instituciones participan en el monitoreo ciudadano.
Escuelas, oficinas y familias bajo control
En las aulas, dirigentes estudiantiles admiten que la vigilancia se extiende a cada clase. En los trabajos, las listas de asistencia en marchas son controladas con fotografías. En el hogar, los servicios médicos se condicionan al silencio político.
La consigna es clara: cualquiera puede ser sospechoso, incluso quien simplemente se abstuvo de aplaudir en un acto público.
Una sociedad quebrada por la desconfianza
El informe del GHREN concluye que el régimen ha destruido el tejido social, incentivando que los ciudadanos delaten a otros. El miedo reemplaza a la legitimidad y convierte la vida diaria en un campo minado.
“En Nicaragua ya no hay confianza, ni entre vecinos ni entre familiares. El Frente se sostiene con miedo, no con legitimidad”, señala el defensor de derechos humanos Gonzalo Carrión.
El resultado es un país donde todos se saben observados, y donde incluso los vigilantes son también vigilados.


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