Narcotráfico en Brasil: La madrugada comenzó con música, luces y un ambiente festivo en un salón de fiestas en Honório Gurgel, una zona popular de la región norte de Río de Janeiro. Era una celebración privada que, según las autoridades, reunía a presuntos integrantes del Comando Vermelho, la mayor facción criminal de la ciudad. Lo que nadie imaginaba era que, en cuestión de minutos, ese ambiente de celebración se convertiría en una escena de horror.
De acuerdo con la Policía Civil, el ataque ocurrió cuando miembros del grupo rival Terceiro Comando Puro irrumpieron en el lugar, desatando un tiroteo intenso y devastador. La fiesta, que minutos antes presumía dinero, bebidas y camaradería en videos publicados en redes sociales, terminó convertida en un laberinto de cuerpos en el suelo y gritos de desesperación.
Un sobreviviente relató a medios locales que todo pasó “en segundos” y que apenas tuvo tiempo de cubrirse detrás de una mesa antes de correr hacia una salida lateral. Otros no tuvieron la misma suerte: seis hombres murieron en el lugar y uno más resultó gravemente herido.
Violencia del narcotráfico en Brasil: un fenómeno que escala sin control
El tiroteo no es un hecho aislado. Forma parte de una cadena creciente de episodios que ponen a la ciudad en alerta constante. Apenas unas semanas antes, el 28 de octubre, una operación masiva de las fuerzas de seguridad en el Complexo do Alemão —considerado uno de los bastiones históricos del Comando Vermelho— dejó al menos 121 muertos. La cifra estremeció incluso a un país habituado a titulares de sangre.
Los expertos señalan que esta espiral responde a múltiples factores: la disputa territorial entre facciones, la fragmentación del crimen organizado, el avance de grupos paramilitares y una respuesta estatal marcada por la fuerza y no por la prevención. En zonas vulnerables, la población vive entre dos fuegos: el de las bandas y el de los operativos policiales que muchas veces derivan en abusos o violaciones de derechos.
La fiesta que se volvió campo de batalla
En el salón de fiestas de Honório Gurgel, la escena posterior al tiroteo fue desoladora. Agentes de la Policía Militarizada recibieron el reporte de disparos y al llegar encontraron cuerpos tendidos en distintos puntos del establecimiento. El lugar fue acordonado y los peritos comenzaron a trabajar entre vasos, botellas rotas y manchas de sangre, buscando respuestas en medio del caos.
El Comando Vermelho y el Terceiro Comando Puro mantienen un conflicto histórico por el control de zonas estratégicas de Río. Sus enfrentamientos se han extendido a barrios completos, líneas de transporte y hasta celebraciones privadas como esta. Cada ataque no solo revela la capacidad armada de estas organizaciones, sino también sus redes de inteligencia, infiltración y operación en zonas donde la presencia del Estado es débil o inexistente.
Una herida abierta en la seguridad brasileña
El episodio abre una vez más el debate sobre la urgencia de replantear las estrategias de seguridad pública en Brasil. Organizaciones civiles advierten que la militarización policial no ha frenado la violencia y que la población civil sigue siendo la más afectada por esta guerra territorial.
Los habitantes de Honório Gurgel lo saben bien. Muchos se despertaron con el eco de los disparos, otros tuvieron que esperar horas para salir a trabajar mientras las calles permanecían cerradas. La tragedia no solo dejó muertos: dejó miedo, incertidumbre y la sensación de que nadie está a salvo.
El tiroteo en Honório Gurgel expone nuevamente la profundidad de la violencia del narcotráfico en Brasil, una crisis que supera fronteras y exige soluciones integrales. Mientras las facciones criminales expanden su poder, la población queda atrapada en un territorio donde la ley parece diluirse y la vida cotidiana se convierte en un acto de resistencia. Río de Janeiro enfrenta un reto urgente: recuperar la seguridad sin repetir estrategias que han demostrado ser insuficientes.


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