«Es imposible entrar». Con estas palabras, Miki Azoulay resume la pesadilla de miles de israelíes del norte. Su hogar, como el de tantos otros en Kiryat Shmona, fue destruido. Estas son sus historias, el costo humano real de la guerra en la frontera.
Para Miki Azoulay, una residente de Kiryat Shmona de 63 años, el regreso a casa después de más de un año de evacuación forzada no fue un alivio, sino una sentencia. «Es imposible entrar al apartamento porque la puerta quedó completamente deformada por la explosión», relata. Un impacto directo de un cohete de Hezbolá había reventado el techo, las paredes y todo en su interior. Su historia no es una anomalía; es el eco del trauma que viven miles de israelíes del norte, el rostro humano de un conflicto que ha convertido ciudades vibrantes en pueblos fantasma.
La Ciudad Fantasma y las Vidas en Suspenso
Kiryat Shmona, una vez hogar de 22,000 personas, es ahora un espectro de sí misma. La mayoría de sus residentes han sido evacuados, dejando atrás calles inquietantemente silenciosas, parques desiertos y un paisaje sonoro dominado por el estruendo constante de la artillería israelí y las sirenas antiaéreas. Los reportes del terreno pintan una imagen desoladora: «frutas y hojas caídas en la carretera, sin ser molestadas por los coches», un testimonio silencioso del abandono.
Para los desplazados, la vida se ha convertido en un limbo de incertidumbre y miedo.
* Einat Broner, evacuada de Metula a Jerusalén, vio su casa ser golpeada dos veces por cohetes. «No es como planificar una mudanza. Te ves obligado a dejar tu casa de la noche a la mañana. Eso le hace algo a tu corazón», confiesa.
* Tzipi Kuzibardov regresa a su ciudad natal solo para trámites urgentes, como ir al banco, y lo hace «con mariposas en el estómago y mucho, mucho miedo».
* Revital Gabay, una enfermera evacuada, resume el sentir general a pesar de los anuncios de alto el fuego: «Todavía no tenemos una sensación de seguridad. Sabemos que Hezbolá está al otro lado de la valla, observándonos».
Resiliencia en Medio del Trauma
Pero incluso en la desolación, surgen historias de una resiliencia extraordinaria. Sisilya al-Ousi, una residente mayor que sufrió caídas al correr hacia el refugio antiaéreo, ha decidido hacer del búnker de su edificio su nuevo hogar. Desde allí, ha encontrado un nuevo propósito: alimentar a las mascotas que los vecinos dejaron atrás y llevar comida a los soldados cercanos. «Si me dejaran, yo también iría a la frontera. Déjenme defender mi país», afirma con una determinación que desafía el miedo que la rodea.
Su historia contrasta con la de su joven vecino, Oz Vaknin, de 22 años, quien regresó brevemente para recoger sus cosas. Planea mudarse permanentemente. A la pregunta de qué se necesitaría para que se sintiera seguro de nuevo, su respuesta es lapidaria: «Si la guerra con Nasrallah y Hezbolá termina, entonces quizás».
«Vivimos aquí en silencio durante 20 años, pero nunca olvidamos que nos odian. Quiero que el ejército mate a Hezbolá… Sus niños pequeños de hoy son los terroristas que un día vendrán a asesinar a mis nietos.» – Zahava Zarad, residente de Kiryat Shmona, 61 años.
Esta cita cruda y visceral de Zahava Zarad encapsula la psicología de vivir en la frontera, una mezcla de amor por la tierra y un miedo existencial que la guerra solo ha exacerbado.
La Herida Profunda del Desplazamiento
La evacuación masiva del norte de Israel es más que una medida de seguridad; es un trauma colectivo que está redefiniendo la relación de los ciudadanos con su país y su propio concepto de hogar. Las historias de los desplazados revelan un profundo sentimiento de abandono y la dolorosa realización de que la promesa de seguridad del Estado se ha roto.
El tejido social de estas comunidades se está desintegrando. Como observa Lior Fine, un cajero de supermercado que permanece en la ciudad: «La gente empezó negocios donde vive ahora. Eso hace que volver sea más difícil». La verdadera y más profunda herida de esta guerra en el frente norte no son solo los edificios dañados por los cohetes. Es la confianza rota, la comunidad desmembrada y la pregunta que atormenta a miles de familias: «¿Podremos alguna vez volver a sentirnos verdaderamente en casa aquí?».


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