India se proyecta como la economía de más rápido crecimiento del mundo, pero en las calles de Nueva Delhi una realidad diferente se impone: una crisis de «crecimiento sin empleo» y un creciente descontento social que desafían la narrativa triunfalista del gobierno de Narendra Modi.
Sobre el papel, la economía de la India es la envidia del mundo. Con cifras de crecimiento del PIB que superan a las de China y proyecciones del Fondo Monetario Internacional que la sitúan como la gran economía de más rápido crecimiento, el país avanza con paso firme hacia su objetivo de convertirse en la tercera potencia económica mundial para 2030. Sin embargo, detrás de estos titulares macroeconómicos, se esconde una peligrosa paradoja que amenaza la estabilidad de la democracia más grande del planeta.
La narrativa oficial de éxito choca con una realidad social mucho más sombría. El problema más acuciante es el «crecimiento sin empleo»: la economía se expande, pero no está creando suficientes puestos de trabajo de calidad para su enorme y joven población, donde el 40% tiene menos de 25 años. A esto se suman crisis estructurales como una contaminación del aire asfixiante, una crisis de agua sin precedentes y una desigualdad social y económica que no deja de crecer.
Un mandato debilitado y un dilema estratégico
El reciente resultado electoral ha puesto de manifiesto esta desconexión. Aunque Narendra Modi aseguró un tercer mandato como Primer Ministro, su partido, el BJP, perdió la mayoría absoluta por primera vez en una década. Ahora, depende de socios de coalición para gobernar, lo que debilita significativamente su poder para tomar las «grandes decisiones» que había prometido.
Este nuevo panorama político es una señal clara de que, para una parte significativa del electorado, la narrativa del crecimiento económico y el nacionalismo hindú ya no es suficiente para ocultar las dificultades del día a día. El gobierno de Modi se enfrenta ahora a un dilema estratégico crucial.
Por un lado, puede moderar su agenda para apaciguar a sus socios de coalición, muchos de los cuales son más seculares y están centrados en el desarrollo regional. Esto implicaría un cambio de enfoque desde los megaproyectos y la geopolítica hacia políticas sociales más urgentes para abordar el desempleo y el bienestar. Por otro lado, podría redoblar la apuesta por la polarización religiosa y el nacionalismo hindú, una táctica para consolidar su base de votantes más leal y desviar la atención de los problemas económicos y sociales.
La sombra del autoritarismo
Mientras tanto, persisten las críticas sobre la deriva autoritaria del gobierno. Organizaciones de derechos humanos y analistas políticos señalan un retroceso en la vida democrática, con una creciente politización de las instituciones y una restricción del espacio para la disidencia y la oposición. Recientemente, informes de investigación han sugerido que India, al igual que China, podría estar adoptando tácticas de «represión transfronteriza» para silenciar a críticos en el extranjero, una acusación grave que mancha su imagen internacional.
India se encuentra en una encrucijada. Su potencial demográfico y su dinamismo económico son innegables. Pero si el gobierno de coalición de Modi no logra traducir el crecimiento macroeconómico en oportunidades reales y bienestar para su vasta población joven, corre el riesgo de que la inestabilidad social termine por socavar no solo su progreso económico, sino también los cimientos de su democracia.


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