Autoridades capturaron a Elder José Arteaga, alias ‘El Costeño’, presunto cerebro del atentado contra el senador Miguel Uribe. La investigación reveló que usó a un menor como sicario y una prueba digital, una simple captura de pantalla de un pago, fue clave para su caída.
En un golpe contundente contra el crimen organizado, las autoridades colombianas han capturado a Elder José Arteaga Hernández, conocido con el alias de ‘El Costeño’ o ‘Chipi’. Este hombre, con un historial delictivo de más de dos décadas, es señalado por la Fiscalía como el articulador principal del atentado que casi le cuesta la vida al senador y entonces precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, el pasado 7 de junio en Bogotá.
La captura, realizada en la localidad de Engativá, no solo representa un avance crucial en el esclarecimiento de este ataque de alto perfil, sino que también ha sacado a la luz los escalofriantes métodos de las redes criminales, incluyendo la instrumentalización de menores de edad.
Un Plan Macabro y una Prueba Digital
La investigación de la Fiscalía ha desvelado un modus operandi que refleja la crueldad y la complejidad de estas estructuras delictivas. Según los fiscales, ‘El Costeño’ fue el encargado de orquestar toda la logística del atentado. Los detalles son estremecedores:
- El Reclutamiento del Niño Sicario: La pieza central del plan era un menor de edad. ‘El Costeño’ lo habría contactado y convencido para que fuera él quien disparara contra el senador, a cambio de un pago de 20 millones de pesos.
- La Red de Cómplices: Arteaga también habría coordinado a otros miembros de la red. Se le acusa de pagar 10 millones de pesos a una mujer, Catherine Martínez, para que transportara la pistola Glock 9mm utilizada en el ataque, y otros 5 millones a un hombre, Carlos Eduardo Mora, para labores de transporte y logística.
- La Captura de Pantalla Fatal: La prueba que terminó de hundir a ‘El Costeño’ provino de una fuente inesperada. Minutos antes del atentado, el señalado compró alimentos para el menor en un establecimiento. La empleada del lugar, al procesar el pago digital, tomó una captura de pantalla de la transacción. Este simple acto permitió a los investigadores forenses analizar la imagen, identificar a Elder José Arteaga como el autor del pago y vincularlo de manera irrefutable con el menor y, por ende, con el atentado.
«Estamos detrás de quienes estuvieron pensando en asesinar a nuestro senador de la República. Vamos a llegar a los autores intelectuales de este atentado». – General Carlos Fernando Triana, Policía Nacional.
Un Historial de Violencia y la Búsqueda de los Autores Intelectuales
Alias ‘El Costeño’ fue imputado por los delitos de tentativa de homicidio agravado, fabricación, tráfico y porte de armas, concierto para delinquir y uso de menores para la comisión de delitos. A pesar de las pruebas, no aceptó los cargos. Su captura se produjo menos de 24 horas después de que Interpol emitiera una circular roja para su búsqueda internacional, por la cual se ofrecía una recompensa de hasta 300 millones de pesos.
Ahora, la investigación se centra en determinar quiénes son los autores intelectuales del atentado. Las autoridades no han confirmado si grupos disidentes como la Segunda Marquetalia están detrás del ataque, pero investigan los posibles nexos de ‘El Costeño’ con estas organizaciones en el departamento de Caquetá.
La Verdad sin Rodeos: La Tragedia Detrás del Crimen
Este caso trasciende el ataque a una figura política. Es un crudo retrato de una de las realidades más dolorosas de Colombia: la forma en que el crimen organizado se nutre de la vulnerabilidad social. La historia del «niño sicario» no es un hecho aislado, sino el síntoma de una falla estructural que permite que jóvenes sin oportunidades sean reclutados y convertidos en herramientas desechables por líderes criminales.
La historia de ‘El Costeño’ es la de un sistema que produce violencia. La del menor, es la de una sociedad que no pudo protegerlo. La captura de pantalla que llevó a la detención es un recordatorio de que, en la era digital, la justicia puede encontrarse en los lugares más inesperados, pero la pregunta fundamental sigue en el aire: ¿cómo sanar las heridas sociales que permiten que estas tragedias sigan ocurriendo?
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