
El presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, ha elevado significativamente la apuesta al declarar que solo participará en las conversaciones si el presidente ruso, Vladimir Putin, asiste en persona.
Esta exigencia busca, por un lado, asegurar un compromiso al más alto nivel por parte de Moscú y, por otro, legitimar cualquier posible acuerdo. La demanda de Zelensky se produce después de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, le instara a reunirse con Putin, insinuando incluso su propia posible asistencia a la cumbre en Estambul. De hecho, se espera la presencia de enviados estadounidenses en la ciudad turca para seguir de cerca las deliberaciones.
Estas conversaciones surgen como respuesta a un contundente ultimátum emitido por las potencias occidentales, incluyendo Estados Unidos y la Unión Europea.
Se le ha exigido a Rusia un alto el fuego inmediato de 30 días en Ucrania; de lo contrario, enfrentará una nueva ronda de sanciones «masivas». Como muestra de esta determinación, la UE ya ha procedido a endurecer las sanciones contra la denominada «flota fantasma» de petroleros rusos, utilizada por el Kremlin para eludir las restricciones previas a sus exportaciones de crudo. Ante esta presión, Vladimir Putin propuso las conversaciones directas como una contraoferta.
A pesar de la importancia del encuentro, fuentes diplomáticas europeas han expresado un considerable escepticismo sobre la asistencia final de Putin y, en general, sobre los posibles resultados de las negociaciones.
La profunda desconfianza generada tras más de tres años de conflicto brutal, las anexiones unilaterales de territorio ucraniano por parte de Rusia y el fracaso de intentos previos de diálogo –Ucrania se retiró unilateralmente de un borrador de acuerdo de paz en 2022 – alimentan estas dudas. La continua retórica hostil desde Moscú tampoco augura un camino fácil hacia la paz.
La situación representa un juego de poder y presión diplomática.
La exigencia de Zelensky y el ultimátum occidental son tácticas claras para forzar concesiones rusas o, en su defecto, exponer la intransigencia de Moscú ante la comunidad internacional. La contrapropuesta de Putin de celebrar estas conversaciones podría interpretarse como una maniobra para ganar tiempo, desviar la presión o intentar cambiar la narrativa del conflicto. La posible implicación de Donald Trump añade una capa adicional de complejidad e imprevisibilidad. Su relación histórica con Putin y su particular estilo diplomático podrían tanto facilitar avances inesperados como complicar aún más un panorama ya de por sí delicado. Mientras tanto, la población civil en Ucrania y Rusia observa con una mezcla de esperanza y temor, anhelando el fin de un conflicto que ha dejado una profunda herida humanitaria y familias divididas.
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