El ataque a Putin que Rusia atribuye a Ucrania no solo ha encendido una nueva polémica en medio de la guerra, sino que también amenaza con dinamitar los frágiles avances diplomáticos impulsados por Estados Unidos. Kiev negó de forma categórica cualquier operación con drones contra la supuesta residencia del presidente ruso y denunció una maniobra política del Kremlin para justificar una postura más dura en las negociaciones.
Desde Moscú, la acusación fue lanzada sin imágenes, restos materiales ni evidencia técnica verificable. Aun así, el mensaje fue claro: Rusia asegura que derribó 91 drones y advierte que este episodio tendrá consecuencias directas en el proceso de diálogo para poner fin al conflicto armado iniciado en 2022.
Ucrania rechaza el ataque a Putin y exige pruebas
El ministro de Relaciones Exteriores de Ucrania, Andrii Sibiga, fue tajante. A través de redes sociales afirmó que Rusia no ha presentado “pruebas plausibles” del supuesto ataque a Putin y aseguró que no lo hará porque, según Kiev, el ataque nunca ocurrió.
Desde la perspectiva ucraniana, la narrativa rusa responde a una estrategia recurrente: crear incidentes sin sustento para escalar la tensión, reforzar su discurso interno y debilitar los esfuerzos de mediación internacional, particularmente los encabezados por Estados Unidos.
Volodymyr Zelensky respaldó esta postura y calificó la acusación como “otra mentira de la Federación de Rusia”, insistiendo en que Moscú no tiene interés real en que la guerra termine.
El Kremlin se niega a mostrar pruebas y endurece su postura
Pese a la gravedad de la acusación, el Kremlin confirmó que no presentará pruebas del presunto ataque a Putin. Dmitry Peskov, portavoz presidencial, argumentó que los drones fueron derribados por el sistema de defensa aérea ruso y que, por lo tanto, no existen restos que mostrar públicamente.
Más allá de la explicación técnica, el mensaje político fue contundente. Rusia advirtió que este episodio se traducirá en un endurecimiento de su postura negociadora, una señal clara de que el incidente será utilizado como argumento para replantear acuerdos previos.
El canciller ruso, Serguéi Lavrov, afirmó que el ataque no quedará sin respuesta y subrayó que ocurrió en un momento “especialmente sensible”, cuando Moscú y Washington mantienen conversaciones directas para buscar una salida al conflicto.
El ataque a Putin en medio de negociaciones con Estados Unidos
El ataque a Putin, real o no, se produce en un punto crítico de las negociaciones internacionales. Días antes, el presidente ruso sostuvo una llamada telefónica con Donald Trump, quien ha retomado un papel activo como mediador entre Kiev y Moscú.
La Casa Blanca describió la conversación como positiva, aunque desde el Kremlin se dejó claro que cualquier acusación de “terrorismo” atribuida a Ucrania obliga a Rusia a revisar sus compromisos diplomáticos.
En paralelo, Zelensky se reunió con el enviado especial estadounidense Steve Witkoff, con quien abordó garantías de seguridad a largo plazo y la posible presencia de tropas internacionales como elemento disuasorio frente a futuras agresiones.
Un plan de paz incompleto y territorios en disputa
El plan de paz impulsado por Washington propone congelar el frente en su estado actual, lo que implicaría dejar bajo control ruso cerca del 20% del territorio ucraniano. Sin embargo, la propuesta no satisface las principales exigencias del Kremlin, como la retirada ucraniana de Donetsk o la renuncia legal de Kiev a ingresar en la OTAN.
Zelensky ha sido claro en que aún existen dos puntos críticos sin resolver: el futuro de la central nuclear de Zaporizhzhia y el estatus territorial. Además, sostuvo que cualquier acuerdo definitivo deberá contar con el aval de Ucrania, Europa, Estados Unidos y Rusia, e incluso planteó la posibilidad de un referéndum nacional.
Una acusación que redefine el tablero diplomático
El episodio del ataque a Putin refleja cómo, en el actual escenario geopolítico, la narrativa puede ser tan poderosa como las armas. Sin pruebas visibles, pero con consecuencias políticas inmediatas, la acusación rusa reconfigura el clima de negociación y refuerza la desconfianza entre las partes.
Mientras Ucrania insiste en que se trata de una maniobra para prolongar la guerra, Rusia utiliza el incidente para justificar una línea más dura. En medio, Estados Unidos intenta sostener un proceso de paz frágil, condicionado por acusaciones, desmentidos y una guerra que aún parece lejos de terminar.
El ataque a Putin, más allá de su veracidad, se ha convertido en un símbolo del delicado equilibrio entre diplomacia, propaganda y poder militar que define hoy el conflicto en Ucrania.


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